Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 26 de febrero de 2023

Adán y Cristo: donde abundó el pecado sobreabundó la gracia


El primer domingo de Cuaresma leemos siempre el evangelio del retiro de Cristo en el desierto y su victoria sobre las tentaciones. Cada año leemos la versión de un evangelista distinto y cambian la primera y la segunda lectura, pero siempre reflexionamos sobre los cuarenta días que Cristo pasó en el desierto.

En las otras lecturas nos acercamos a los principales acontecimientos de la historia de la salvación, porque el eterno proyecto de Dios se realiza en el tiempo y encuentra su plena realización en Cristo. 

Este año (ciclo "a"), en la primera lectura leemos el relato de la creación de los seres humanos y su primer pecado según el libro del Génesis: quieren ser como Dios, convertirse en el principio de la moral, decidir por sí mismos qué es bueno y que es malo, qué les apetece o conviene en cada momento, sin pensar en los demás.

En el evangelio de hoy se lee la narración de la victoria sobre la tentación de Cristo según san Mateo.

Tal como sugiere san Pablo en la segunda lectura, Adán con su desobediencia nos llevó del Paraíso al desierto. Por su parte Cristo, nuevo y definitivo Adán, con su obediencia al Padre nos devolvió del desierto al Paraíso.

Lo que Adán (el primer hombre y cada uno de nosotros) debería haber hecho, lo ha realizado Cristo. Lo que Adán rompió lo arregló Cristo. En la fotografía inicial se aprecia muy bien el contraste entre el orgullo de Adán y la humildad de Cristo. Este es un tema muy presente en san Pablo, en los Padres de la Iglesia y en la historia de la teología. 

San Pablo insiste en que no hay proporción entre la obra de Adán (la desobediencia, el pecado, el fracaso) y la de Cristo (la obediencia, la gracia, el perdón). En Cristo se manifiesta que el amor de Dios es infinitamente superior a nuestra miseria y que su perdón es siempre más grande que nuestras faltas.

Quiera Dios que un día todos podamos hacer nuestras estas palabras de santa Teresa de Jesús: «Antes me cansé yo de ofenderle que él de perdonarme». Ya que su misericordia no se agota, no nos cansemos nosotros de acogerla con agradecimiento.

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