Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

lunes, 5 de julio de 2021

Julio es el mes de la Virgen del Carmen


Estamos en el mes de la Virgen del Carmen, la Madre y Hermosura del Carmelo y patrona de las gentes del mar, cuya fiesta principal se celebra el día 16.


Los carmelitas nacimos en el Monte Carmelo, en Tierra Santa. Allí, nuestros antepasados se consagraban a vivir «en obsequio de Jesucristo», tal como dice la Regla. Sus modelos eran el profeta Elías y la Virgen María. 

Desde el siglo IV al siglo XII, los ermitaños y monjes del Carmelo eran orientales, de lengua griega y rito bizantino. Pero, en época de las cruzadas, también se retiraron al Carmelo ermitaños europeos de lengua latina y rito romano.

Desde finales del s. XII, todos los documentos que hablan de los ermitaños latinos del Monte Carmelo afirman que se reunían en una capilla situada en medio de las celdas y dedicada a la Virgen María, venerada como la «Señora del lugar» e invocada como «Madre y hermosura del Carmelo».

En el contexto feudal, los vasallos ofrecían obediencia al señor al que pertenecían las tierras en las que vivían, lo que significaba que tenían que hacerle algunos servicios y entregarle impuestos a cambio de su protección en los momentos de peligro.

Los primeros carmelitas no se sentían vasallos de ningún señor feudal. Para ellos, Jesús y María eran los propietarios de las tierras del Carmelo, donde habitaban, por lo que solo a ellos ofrecían su obediencia y solo de ellos esperaban ayuda y protección.

La intimidad de vida con María era tan fuerte que se dieron a sí mismos el nombre de «Hermanos de la bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo». 

Como ella, querían «meditar todas las cosas referentes a Jesús, conservándolas en su corazón», para cumplir lo que manda la Regla: «Mediten día y noche en la Palabra de Dios a no ser que estén ocupados en otras legítimas actividades».

A ella la tenían por modelo de vida en la oración constante y en el servicio de Cristo, por lo que la consideraban hermana mayor o priora (no olvidemos que el prior es el «primus inter pares», es decir el «primero entre iguales»).

La intimidad con Jesús y María, en una vida de familiaridad con ellos, sigue siendo una característica distintiva de los y las carmelitas.

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