El domingo pasado leímos en misa el evangelio que presenta la primera predicación de Jesús en Nazaret (Lc 4,14-21). Anunció el año de gracia de Dios para todos los afligidos. Mientras sus paisanos le escucharon palabras agradables, todos estaban admirados y asentían con agrado. Este domingo se lee la continuación de aquel texto, en la que los nazarenos rechazan a Jesús (Lc 4,21-30).
El problema vino cuando empezó a decirles cosas que no querían oír, cuando les recordó los milagros que los profetas Elías y Eliseo hicieron a favor de extranjeros y que no pudieron realizar en favor de los israelitas por su falta de fe.
Era una advertencia clara, que Jesús repetirá muchas veces: “Si no acogéis el Reino de Dios, se os quitará a vosotros y se les dará a aquellos que sepan acogerlo”. Al oír estas cosas se enfadaron con él y querían matarlo.
Lo que sucedió en Nazaret hace 2000 años se repite entre nosotros: cuando nos dicen palabras agradables, todos estamos contentos. A todos nos gusta escuchar que el Señor es nuestro Pastor, que nos ama y nos perdona, que tiene paciencia infinita con nosotros…
Lo que sucedió en Nazaret hace 2000 años se repite entre nosotros: cuando nos dicen palabras agradables, todos estamos contentos. A todos nos gusta escuchar que el Señor es nuestro Pastor, que nos ama y nos perdona, que tiene paciencia infinita con nosotros…
Pero cuando nos recuerdan que tenemos que hacer opciones claras, que no podemos servir a Dios y al dinero, que tenemos que ser consecuentes con nuestra fe y vivir como verdaderos cristianos, entonces ya no nos gusta.
No podemos quedarnos solo con una parte del evangelio. Tenemos que acoger todo el mensaje de Jesús, también aquellas partes que no comprendemos o que nos cuesta ponerlas en práctica.
El Señor respeta nuestra libertad: podemos acoger su Palabra o rechazarla, podemos fiarnos de él o confiar solo en nuestras propias ideas. Lo que está claro es que ante Jesús tenemos que hacer opciones.
El Señor respeta nuestra libertad: podemos acoger su Palabra o rechazarla, podemos fiarnos de él o confiar solo en nuestras propias ideas. Lo que está claro es que ante Jesús tenemos que hacer opciones.
Por mi parte, yo solo puedo decir con san Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). O, parafraseando las palabras de Josué: “En cuanto a mí y a mi blog, serviremos al Señor” (cf. Jos 24,15). Que él nos conceda la perseverancia en la fe y en la esperanza. Amén.
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