Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 26 de junio de 2022

El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios


Ya hemos terminado los dos grandes ciclos del año litúrgico. Primero fue el de Adviento-Navidad, en el que contemplamos el misterio de la encarnación del Señor: El Hijo de Dios se hizo niño, pequeño, débil, por amor a nosotros. Quiso compartir nuestra realidad hasta las últimas consecuencias.

El segundo ciclo fue el de Cuaresma-Pascua, en el que hemos contemplado con admiración y agradecimiento el amor sin límites de Jesucristo, que entregó su vida por nosotros. El que nos amó hasta el extremo resucitó del sepulcro y nos abrió el camino de la vida eterna.

Después de las grandes fiestas de Pentecostés, la Santísima Trinidad, el Corpus Christi y el Sagrado Corazón de Jesús, hemos entrado de lleno en lo que llamamos "Tiempo Ordinario", el tiempo cotidiano, de cada día, hecho de trabajo y descanso, de relaciones familiares y sociales.

Jesús no solo se hace presente en las grandes fiestas, en los acontecimientos "extraordinarios". Él está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Eso es lo que celebramos en este tiempo.

Este año leemos en las misas de los domingos el evangelio según san Lucas. Hoy hemos escuchado algunas enseñanzas relativas al seguimiento de Cristo.

Como es natural, estas enseñanzas sirven para los que se sienten llamados a una especial consagración en la Iglesia, sea en el sacerdocio o en la vida consagrada, pero sirven también para todos los cristianos. A cada uno de nosotros, el Señor nos dice: "Sígueme".

Con el lenguaje propio de la Sagrada Escritura, nos indica que tenemos que seguirle hasta las últimas consecuencias. No nos quedemos en la barrera del lenguaje, vayamos al contenido: Hemos de seguir a Jesús con decisión, sin mirar hacia atrás, sin dejarnos llevar por nostalgias ni lamentos estériles.

Como hizo el profeta Eliseo en la primera lectura, tenemos que quemar nuestros aperos, lo que nos ata al pasado, nuestras seguridades, poniendo todo en manos del Señor y determinándonos a seguirle con todo el corazón y con todas las fuerzas, arriesgándolo todo por él.

San Pablo nos dice en la segunda lectura que no se trata de cumplir leyes y mandamientos, sino de acoger con libertad la única norma del evangelio: amar a todos, ayudar a todos, servir a todos por amor, como hizo Jesús.

El verdadero problema, el único problema es si somos capaces de escuchar la Palabra del Señor, si estamos dispuestos a poner atención para descubrirle realmente presente en medio de nosotros o si estamos ocupados en tantas cosas que no tenemos tiempo para él.

El Señor nos dé fortaleza para seguirle con decisión, sin titubeos, superando todos los obstáculos y todas las tentaciones, amando hasta las últimas consecuencias. Amén.

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