Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 23 de junio de 2022

El Corazón de Jesús revela el amor de Dios


Tradicionalmente, los católicos hemos dedicado el mes de mayo a honrar a la Virgen María y el mes de junio a honrar al Sagrado Corazón de Jesús.

Aunque sus orígenes son anteriores, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús se generalizó en el siglo XIX y se identificó con los deseos de «reparación» y «expiación» por los pecados.

Se insistía en el dolor que causan a Jesús las espinas que le clavamos cada día y en expresiones similares, para invitar al arrepentimiento.

Los numerosos textos y oraciones de la época usan un lenguaje ampuloso, retórico y reiterativo, y suelen presentarse como «actos de desagravio» por los ultrajes que se recogen en listas interminables.

Esta era la característica principal de esta devoción, que ha perdurado en muchos ambientes hasta nuestros días.

Con el movimiento bíblico y litúrgico esta devoción entró en crisis hacia 1950. De hecho, en esa época se escribieron muchos artículos sobre este tema.

El Teólogo Karl Rahner (1904-1984) escribió algunos estudios clarificando el significado bíblico. Hasta entonces, la devoción al Sagrado Corazón se centraba en el órgano físico y en el simbolismo del corazón traspasado por nuestros pecados.

Rahner, a partir del sentido bíblico de la palabra "corazón" escribió: “En la devoción al Sagrado Corazón adoramos a la Persona del Señor bajo la imagen de su Corazón, que simboliza su centro primordial, la fuente de todos sus pensamientos, proyectos y sentimientos”. Con estos estudios se dio un sentido nuevo a esa devoción, más acorde con el sentir bíblico y el de la tradición mística (san Bernardo, santa Teresa Margarita Redi, santa Teresita del Niño Jesús, etc.)

Hoy esto está asumido por la mayoría de los católicos. De hecho, Benedicto XVI hizo muchas veces referencia a esa interpretación renovada. En el ángelus del 1 de junio de 2008, explicó:

Este mes está tradicionalmente dedicado al Corazón de Cristo, símbolo de la fe cristiana, particularmente amado tanto por el pueblo como por los místicos y los teólogos, pues expresa de una manera sencilla y auténtica la "buena noticia" del amor, resumiendo en sí el misterio de la encarnación y de la redención.

Desde el horizonte infinito de su amor, Dios ha querido entrar en los límites de la historia y de la condición humana, ha tomado un cuerpo y un corazón, para que podamos contemplar y encontrar el infinito en el finito, el misterio invisible e inefable en el Corazón humano de Jesús, el Nazareno.

Toda persona necesita un "centro" para su propia vida, un manantial de verdad y de bondad al que recurrir ante la sucesión de las diferentes situaciones y en el cansancio de la vida cotidiana.

Cada uno de nosotros, cuando se detiene en silencio, necesita sentir no solo el palpitar de su corazón, sino, de manera más profunda, el palpitar de una presencia confiable, que se puede percibir con los sentidos de la fe y que, sin embargo, es mucho más real: la presencia de Cristo, corazón del mundo.

Palabras similares dice el papa Francisco en el ángelus del 9 de junio del 2013:

El mes de junio está tradicionalmente dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, máxima expresión humana del amor divino. La piedad popular valora mucho los símbolos, y el Corazón de Jesús es el símbolo por excelencia de la misericordia de Dios; pero no es un símbolo imaginario, es un símbolo real, que representa el centro, la fuente de la que brotó la salvación para toda la humanidad.

En los evangelios encontramos diversas referencias al Corazón de Jesús, por ejemplo en el pasaje donde Cristo mismo dice: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,28-29). Es fundamental, luego, el relato de la muerte de Cristo según san Juan. Este evangelista, en efecto, testimonia lo que vio en el Calvario, es decir, que un soldado, cuando Jesús ya estaba muerto, le atravesó el costado con la lanza y de la herida brotaron sangre y agua (cf. Jn 19,33-34). Juan reconoce en ese signo, aparentemente casual, el cumplimiento de las profecías: del corazón de Jesús, Cordero inmolado en la cruz, brota el perdón y la vida para todos los hombres.

Pero la misericordia de Jesús no es solo un sentimiento, ¡es una fuerza que da vida, que resucita al hombre! Nos lo dice también el evangelio de hoy, en el episodio de la viuda de Naín (Lc 7,11-17). Jesús, con sus discípulos, está llegando precisamente a Naín, un poblado de Galilea, justo en el momento que tiene lugar un funeral: llevan a sepultar a un joven, hijo único de una mujer viuda. La mirada de Jesús se fija inmediatamente en la madre que llora. Dice el evangelista Lucas: «Al verla el Señor, se compadeció de ella» (v. 13). Esta «compasión» es el amor de Dios por el hombre, es la misericordia, es decir, la actitud de Dios en contacto con la miseria humana, con nuestra indigencia, nuestro sufrimiento, nuestra angustia. El término bíblico «compasión» remite a las entrañas maternas: la madre, en efecto, experimenta una reacción que le es propia ante el dolor de los hijos. Así nos ama Dios, dice la Escritura.

Y ¿cuál es el fruto de este amor, de esta misericordia? ¡Es la vida! Jesús dijo a la viuda de Naín: «No llores», y luego llamó al muchacho muerto y le despertó como de un sueño (cf. vv. 13-15). Pensemos esto, es hermoso: la misericordia de Dios da vida al hombre, le resucita de la muerte. El Señor nos mira siempre con misericordia; no lo olvidemos, nos mira siempre con misericordia, nos espera con misericordia. No tengamos miedo de acercarnos a Él. Tiene un corazón misericordioso. Si le mostramos nuestras heridas interiores, nuestros pecados, él siempre nos perdona. ¡Es todo misericordia! Vayamos a Jesús.

Dirijámonos a la Virgen María: su corazón inmaculado, corazón de madre, compartió al máximo la «compasión» de Dios, especialmente en la hora de la pasión y de la muerte de Jesús. Que María nos ayude a ser mansos, humildes y misericordiosos con nuestros hermanos.

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