Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 17 de febrero de 2022

Qué es el discernimiento


Hablando con sus contemporáneos, dice Jesús: «¿Sabéis distinguir el aspecto del cielo y no sois capaces de discernir los signos de los tiempos?» (Mt 16,3). 

Nosotros ya no podemos afirmar si va a llover o hacer calor por el aspecto del cielo. En este sentido, muchas de nuestras certezas tradicionales han entrado en crisis, pero tenemos muchos más conocimientos que nuestros antepasados en casi todos los ámbitos de la vida. 

Al mismo tiempo, la pregunta de Jesús sigue siendo actual: Sabemos interpretar muchas cosas, pero ¿sabemos discernir los signos de los tiempos? Dada la situación general de desorientación, parece que no.

La palabra griega «diákrisis» puede ser traducida por ‘prudencia’, ‘discreción’ o ‘discernimiento’ y consiste en la capacidad de distinguir las cosas buenas de las malas para tomar decisiones acertadas, pero no en abstracto, sino escogiendo lo conveniente en cada momento, porque una cosa puede ser buena en un contexto y no serlo en otro. 

En definitiva, es la máxima manifestación del mayor don y del mayor drama de la humanidad: el ejercicio responsable de la libertad, que nos permite construirnos o destruirnos con nuestras elecciones.

No hay que confundir la libertad con la autonomía ni con el libre albedrío. Estas son cosas buenas, pero la libertad no se identifica con ellas ni se reduce a la posibilidad de decidir autónomamente, sino que consiste en la capacidad de autodominio y de tomar las decisiones correctas en orden a la propia realización personal, según el plan de Dios. 

Normalmente, las personas con problemas de adicciones dicen que lo hacen «porque les da la gana», «porque son libres», «que lo dejarán cuando quieran» y expresiones similares, aunque todos sabemos que son falsas (menos ellos mismos).

A la hora de tomar decisiones serias no sirven el «se dice», «he oído», «todo el mundo lo sabe» ni cosas por el estilo. Somos responsables de nuestras opciones y hemos de esforzarnos para que sean correctas. Esto sirve en todos los ámbitos de la vida. 

Descendiendo a lo específico del cristianismo, san Pablo enseña que la moral cristiana no consiste en obedecer unas leyes, sino en vivir la relación con el Padre celestial desde nuestra libertad de hijos, lo que supone «discernir» lo que Dios nos pide en cada momento.

«No os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto» (Rom 12,2).

«Examinadlo todo y quedaos con lo bueno» (1Tes 5,21).

«Buscad lo que agrada al Señor» (Ef 5,10).

«No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús» (Fil 2,4-5).

«Los perfectos, con la práctica y el entrenamiento de los sentidos, saben distinguir el bien del mal» (Heb 5,14).

«El discernimiento es la capacidad interior de percibir en dónde obra el Espíritu Santo, el espíritu evangélico, el Espíritu de Cristo: en las situaciones, en las decisiones, en los acontecimientos, en los problemas. Y de percibir, también, en dónde obra el espíritu de Satanás, el espíritu de la mentira, el espíritu del engaño, el espíritu de amargura, el espíritu de confusión. […] El discernimiento no termina nunca, porque en nuestro camino personal encontramos continuamente situaciones, problemas, dificultades que no se pueden resolver mecánicamente con un ordenador, sino que hay que afrontar vez por vez con el Espíritu de Jesús. A veces, sobre todo en los casos límites, se presentan situaciones morales dificilísimas, complicadísimas, que suscitan entre los moralistas discusiones interminables. El pastor, sin embargo, se ve obligado a hacer elecciones dejando a los moralistas que sigan discutiendo, y las puede hacer solamente basándose en el discernimiento espiritual» (Carlo María Martini).

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