Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 10 de febrero de 2022

Nuestra señora de Lourdes (11 de febrero)


Mañana es la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes. ¡Qué buenos recuerdos me trae su santuario! Especialmente de las peregrinaciones realizadas con la hospitalidad de la diócesis de Cartagena-Murcia, acompañando a la gente de Caravaca de la Cruz. ¡Cuánta gente buena he encontrado en esos viajes!

Para prepararnos a esta preciosa fiesta les propongo un precioso texto de Georges Bernanos, tomado de "Diario de un cura rural", en el que reflexiona sobre la sencillez de María, sobre su vida, tan ordinaria que ni ella misma se dio cuenta de lo extraordinaria que era su persona y su misión:

¿Rezas a la Santa Virgen? Es nuestra madre ¿comprendes? Es la madre del género humano, la nueva Eva, pero es, al mismo tiempo su hija. 

El mundo antiguo y doloroso, el mundo anterior a la gracia, la acunó largo tiempo en su corazón desolado –siglos y más siglos– en la espera oscura, incomprensible de una «virgen-madre». Durante siglos y siglos protegió con sus viejas manos cargadas de crímenes, con sus manos pesadas, a la pequeña doncella maravillosa cuyo nombre ni siquiera sabía... 

La Edad Media lo comprendió, como lo comprendió todo. ¡Pero impide tú ahora a los imbéciles que rehagan a su manera el «drama de la encarnación» como ellos lo llaman! 

Cuando creen que su prestigio les obliga a vestir como títeres a modestos jueces de paz o a coser galones en la bocamanga de los interventores, les avergonzaría a esos descreídos confesar que el solo, el único drama, el drama de los dramas –pues no ha habido otro– se representó sin decoraciones ni pasamanería. ¡Piensa bien en lo que ocurrió! ¡El Verbo se hizo carne y ni los periodistas se enteraron! 

Presta atención, pequeño: La Virgen Santa no tuvo triunfos, ni milagros. Su Hijo no permitió que la gloria humana la rozara siquiera. Nadie ha vivido, ha sufrido y ha muerto con tanta sencillez y en una ignorancia tan profunda de su propia dignidad, de una dignidad que, sin embargo, la pone muy por encima de los ángeles. Ella nació también sin pecado...

¡Qué extraña soledad! Un arroyuelo tan puro, tan límpido y tan puro, que ella no pudo ver reflejada en él su propia imagen, hecha para la sola alegría del Padre santo –¡oh, soledad sagrada!– 

Los antiguos demonios familiares del hombre contemplan desde lejos a esta criatura maravillosa que está fuera de su alcance, invulnerable y desarmada. 

La Virgen es la inocencia. Su mirada es la única verdaderamente infantil, la única de niño que se ha dignado fijarse jamás en nuestra vergüenza y nuestra desgracia. 

Ella es más joven que el pecado, más joven que la raza de la que ella es originaria y, aunque Madre por la gracia, Madre de las gracias, es la más joven del género humano, la benjamina de la humanidad.

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