Después de las obras mayores de san Juan de la Cruz (Noche, Cántico y Llama), el poema La fonte ha sido el más estudiado, tanto por la crítica literaria como por la reflexión teológica y espiritual, como se puede comprobar en el desarrollo de este estudio y en la bibliografía. También el más cantado, como veremos.
No es fácil, por lo tanto, decir algo nuevo. De manera que me limitaré a recoger lo que ya han escrito otros sobre el origen de la composición, sus características principales y los símbolos que utiliza, aportando mi interpretación teológica al texto, ya que ese es el campo principal de mi quehacer.
Todos los artistas deberían ser conscientes de que sus obras cobran cierta independencia una vez que salen de sus manos y que pueden ser interpretadas de manera distinta a como ellos las imaginaron.
Como bien sabemos, san Juan de la Cruz sí que lo era y por eso advertía que sus explicaciones no agotan el sentido de sus poemas y mucho menos los contenidos de los misterios cristianos ni de la experiencia mística, como tampoco lo han conseguido los que le han precedido ni lo lograrán los que vengan detrás.
Por eso ofreció algunas claves de lectura de algunos de sus versos, pero los dejó abiertos e invitó a los lectores a que exploren sentidos nuevos (cf. C prólogo, 1-3), asumiendo el riesgo de que puedan entrar en contradicción con sus intenciones originales, como hacen algunas lecturas limitadamente eróticas o esotéricas.
Si queremos conocer el alcance que Juan de la Cruz da a sus símbolos, hemos de leer sus textos en prosa, que él presenta como comentarios o «declaraciones» a algunos de sus poemas. El conjunto de su doctrina puede ayudarnos a interpretar cada uno de sus textos. Pero, si hacemos caso de sus advertencias, no podemos detenernos en ellos; hemos de volver a sus versos y hacer nuestra interpretación, actualizándolos. La del santo nos ayuda, nos prepara, pero no nos dispensa de la personal. Si no la hacemos, privamos a la obra de su potencial interpelante.
La fonte es una gozosa confesión de fe. Recordemos que san Juan de la Cruz lo titula «Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por fe». «Holgarse» significa ‘gozar’, ‘alegrarse’, ‘encontrar descanso o alivio’. El título hace referencia a un canto feliz, aunque la composición del mismo tuvo lugar en circunstancias muy adversas.
Si queremos conocer el alcance que Juan de la Cruz da a sus símbolos, hemos de leer sus textos en prosa, que él presenta como comentarios o «declaraciones» a algunos de sus poemas. El conjunto de su doctrina puede ayudarnos a interpretar cada uno de sus textos. Pero, si hacemos caso de sus advertencias, no podemos detenernos en ellos; hemos de volver a sus versos y hacer nuestra interpretación, actualizándolos. La del santo nos ayuda, nos prepara, pero no nos dispensa de la personal. Si no la hacemos, privamos a la obra de su potencial interpelante.
La fonte es una gozosa confesión de fe. Recordemos que san Juan de la Cruz lo titula «Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por fe». «Holgarse» significa ‘gozar’, ‘alegrarse’, ‘encontrar descanso o alivio’. El título hace referencia a un canto feliz, aunque la composición del mismo tuvo lugar en circunstancias muy adversas.
En este y en los otros poemas compuestos en la cárcel de Toledo, el santo demuestra haber asumido vitalmente el corazón del mensaje evangélico, que son las bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres, los que lloran, los que tienen hambre y sed, los perseguidos por la justicia…» (Mt 5,3-20, cf. Lc 6,20-23).
Jesús enseña que la felicidad no está en la ausencia de enfermedades o dificultades. Tampoco se identifica con la abundancia de bienes o de experiencias gozosas. Podemos ser felices incluso cuando lloramos y sufrimos, cuando carecemos de lo necesario y somos incomprendidos. Dios elige caminos sorprendentes para manifestarse: en nuestras derrotas, en nuestros límites y en nuestra debilidad se manifiestan su grandeza y su poder.
Esta fue la experiencia transformante de san Juan de la Cruz en la prisión toledana. Como Cristo y como varios personajes literarios (Orfeo, Ulises, Dante), san Juan vivió allí su personal descenso a los infiernos. Allí experimentó la oscuridad de la noche y se encontró «sin otra luz y guía / sino la que en el corazón ardía». Y en lo más profundo de su ser no encontró resentimiento ni amargura, sino al Amado de su alma, acompañado por realidades luminosas, lámparas de fuego que con sus resplandores esclarecían las profundas cavernas del sentido, llenándole de gozo: «Es cosa de gran contentamiento y alegría para ti ver que todo tu bien y esperanza está tan cerca de ti, que esté en ti […] ¿Qué más quieres, ¡oh alma!, y qué más buscas fiera de ti, pues dentro de ti tienes tus riquezas, tus deleites, tu satisfacción, tu hartura y tu reino, que es tu Amado?» (C 1,7-8).
Ese riquísimo universo que él llevaba dentro, lo traspasó a sus poemas: limpios paisajes llenos de viñas en flor, de fuentes cristalinas, de riquezas sorprendentes provenientes de islas desconocidas, de músicas, olores y sabores nunca antes gustados.
San Juan de la Cruz indica que es posible un conocimiento y una experiencia de Dios en la oscuridad de la fe, independientemente de las circunstancias concretas que nos toca vivir. También en los momentos más duros.
Ya en la estrofa inicial del poema, afirma que conoce con certeza dónde brota la fuente del agua de la vida, de la paz y del amor, aunque no la puede ver, porque es de noche. Es decir, que en medio de la oscuridad de la vida, conoce por fe la fuente que puede saciar su sed más profunda, su deseo de felicidad (la última estrofa habla de «esta eterna fuente que deseo»).
Desde el principio se hacen presentes las grandes imágenes del poema: la «fuente» y la «noche».
La fuente es Dios mismo, que se comunica al hombre para darle vida. Este no la puede comprender racionalmente, pero la gusta en la noche de la fe. Sabe de ella, aunque no la pueda explicar. De hecho, no es necesario ver el agua para llevársela a la boca. Para no morir de sed, basta con beber, aunque sea a oscuras. Lo que queda claro es que esa fuente no es un ente estático ni encerrado en sí mismo, sino que «mana y corre», es dinamismo generador de vida, que sale de sí para ir al encuentro de los otros.
La noche es una símbolo ambivalente. Por un lado, evoca la oscuridad y el peligro, especialmente antes de que se dispusiera de luz eléctrica. Por otro lado, evoca la belleza del cielo estrellado y el encanto de los objetos en penumbra a la luz de la luna. Además de las referencias al sufrimiento (que purifica al alma) y al tránsito (que permite la gozosa unión de la amada con el Amado), en los escritos de san Juan de la Cruz, el símbolo de la noche se refiere al misterio de la fe, en el que la Iglesia reconoce al santo como maestro preclaro.
Después de esta estrofa inicial, programática, vienen tres partes:
- Descripción de la fuente y sus características (1-6): está escondida (1), no tiene origen (2), es bella (3), no tiene límites (4), es el origen de toda luz (5), mantiene en la existencia todas las cosas (6).
- La fuente se identifica con la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo (7-9).
- La fuente se esconde en el pan de la eucaristía para darse a los hombres (10-13).
El poema concluye indicando que el deseo esencial del hombre es la vida con plenitud de sentido, la vida eterna, beber del agua de «la fonte que mana y corre» y la respuesta a ese deseo se halla a nuestra disposición en el pan de la eucaristía.
Contenido
1. Introducción. Sobre las obras artísticas y sus interpretaciones
2. Teología en verso
3. Poesía y música
4. El poema La fonte
5. Los símbolos del poema
La fuente, el agua y las corrientes
La noche
6. El mensaje de la fe
Todos estamos llamados a la contemplación
La felicidad es posible incluso cuando sufrimos
7. Análisis del texto
8. Bibliografía
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