Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

sábado, 4 de septiembre de 2021

San Juan de la Cruz. Poesía y música


Ayer les compartí uno de los puntos de mi ponencia sobre san Juan de la Cruz. Se titulaba "Teología y poesía". Este punto fue el siguiente (aunque aquí no está completo). Se titula "Poesía y música".

Fray Juan siempre llama «canciones» a sus poemas y sus contemporáneos testimonian que él los cantaba. También se cantaban en los conventos y se siguen cantando con músicas nuevas, ya que no conservamos las originales. No deberíamos olvidar este aspecto al acercarnos a sus textos.

A las jóvenes que querían hacerse monjas, la madre Teresa las hacía cantar en presencia de la comunidad y en todos los monasterios que ella fundó se conservan tambores, panderetas, castañuelas y otros instrumentos musicales. En sus cartas envía y solicita villancicos y otros cantarcillos para celebrar las fiestas. 

La poesía y el canto fueron usados abundantemente por los primeros miembros del Carmelo descalzo, monjas y frailes. Así conseguían trasmitir un mensaje para el que no sirven otros medios, porque la experiencia mística se puede testimoniar y celebrar, pero no demostrar con razonamientos.

Siguiendo a la madre fundadora, el santo carmelita usa la poesía para cantar el misterio de Dios, siempre más allá de todo lo que podemos conocer: «Entréme donde no supe / y quedéme no sabiendo / toda ciencia trascendiendo» (P 8, estribillo). 

También canta el gozo de conocer a Dios por fe: «Que bien sé yo la fonte que mana y corre, / aunque es de noche» (P 4, estribillo). 

Canta la posibilidad de encontrar a Dios: «Tras de un amoroso lance, / y no de esperanza falto, / volé tan alto, tan alto, / que le di a la caza alcance» (P 10, estribillo).

Y canta su deseo de verle cara a cara: «Vivo sin vivir en mí / y de tal manera espero / que muero porque no muero» (P 9, estribillo). 

Canta las verdades de la fe: toda la historia de la salvación desde: «En el principio moraba / el Verbo y en Dios vivía» (R 1-2) hasta «muerto se ha quedado [...], el pecho del amor muy lastimado» (P 6,5).

Finalmente, canta su vivencia personal de estos misterios: «Debajo del manzano, / allí conmigo fuiste desposada, / allí te di la mano / y fuiste reparada / donde tu madre fuera violada» (C 23).

Los textos escritos más antiguos que conservamos de las civilizaciones que surgieron en Mesopotamia, Egipto o Grecia son todos en verso y de todos ellos tenemos numerosas variantes en los manuscritos antiguos, lo que indica que quienes los representaban se sentían con libertad de resumirlos, ampliarlos o adaptarlos, según el auditorio que tenían delante. Lo importante era mantenerse fieles al argumento fundamental. 

Los juegos de palabras, las aliteraciones y la repetición de estribillos servían para facilitar la memorización de los textos y para subrayar las ideas principales que se querían transmitir. 

La fijación definitiva de los textos solo llegó cuando surgió la imprenta. Incluso entonces, el tono de voz, el ritmo, los silencios y el sonido de los instrumentos eran fundamentales para quienes los leían o cantaban en público:

«La voz es la herramienta principal, el medio con el que la palabra evoca imágenes, lugares y personajes, imaginarios o reales. En la narración oral, la palabra toma vida, transmite sentimientos o experiencias diversas, es la forma en la que una simple historia pasa a tener efecto literario, a considerarse como literatura» (Blasina Cantinazo Márquez)
.

Lo mismo podemos decir de la lírica clásica, de la poesía popular y de numerosos textos místicos, compuestos para ser cantados e incluso bailados. 

Aunque pueda sorprendernos, la mayoría de los textos bíblicos tampoco se escribieron para la lectura personal, sino para ser escuchados en una asamblea, por lo que suponen que alguien los declama o los canta ante un público. 

Este es el motivo por el que el discurso no es lineal, por lo que hay repeticiones en los textos, a modo de estribillos, y también ideas que se retoman y desarrollan, ampliándose como si fueran círculos concéntricos. 

Se puede ver, especialmente, en los salmos, los escritos proféticos y el libro del Apocalipsis, que dice en sus primeras líneas: «Bienaventurado el que lee y los que escuchan las palabras de esta profecía» (Ap 1,3). 

Para facilitar la memorización de los textos, se suceden los estribillos, las inclusiones (frases o ideas que se repiten al inicio y al final de un texto) y otros recursos similares.

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