Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 10 de noviembre de 2021

San León Magno, papa y doctor de la Iglesia


El 10 de noviembre se celebra la fiesta de san León Magno (390-461), uno de los papas más grandes de la historia de la Iglesia. En su juventud fue ayudante y secretario de dos papas y realizó importantes misiones diplomáticas al servicio de la Iglesia. De hecho, recibió la notificación de que había sido elegido obispo de Roma mientras se encontraba en Francia, mediando entre un comandante y un magistrado enemigos, para evitar una guerra.

Al regresar a Roma, ante el pueblo reunido, exclamó: “Vuestro afecto quiso tener como presente al que un largo viaje tenía ausente. Doy gracias a Nuestro Dios por todos los beneficios que le debo; y os doy gracias a vosotros que por vuestro sufragio habéis dado sobre mí un juicio tan honorífico que no merezco. Por lo tanto, os conjuro a que, por la misericordia del Señor, ayudéis con vuestras oraciones al que habéis llamado por vuestros deseos, a fin de que el Espíritu de Dios permanezca sobre mí y que no tengáis que arrepentiros de los sufragios que me habéis concedido. Que nos conceda a todos el bien de la paz Aquel que ha puesto en vuestros corazones el celo de la unanimidad”.

Gobernó la Iglesia durante 21 años. Durante su pontificado convocó varios sínodos y concilios para clarificar la fe católica y rechazar las herejías. El más importante es el de Calcedonia, que proclamó la divinidad y la humanidad de Cristo: «Perfecto en su divinidad y perfecto en su humanidad, verdadero Dios y verdadero hombre, consustancial al Padre en cuanto a la divinidad, consustancial a nosotros en cuanto a la humanidad; al que reconocemos dos naturalezas sin mezcla, sin transformación, sin división, sin separación, sin que la unión quite la diferencia que existe entre las naturalezas, al contrario, conservando cada naturaleza su propio carácter, y condición para encontrarse en una sola persona». Cuando su representante leyó el texto que él había escrito, los padres conciliares exclamaron: «Pedro ha hablado a través de León». 

Reconstruyó y restauró las basílicas de San Juan de Letrán, San Pedro en el Vaticano y San Pablo extramuros, así como otras antiguas iglesias. 

En muchos aspectos, fue un gran reformador: Reafirmó la precedencia del obispo de Roma, estableció un representante suyo permanente en Constantinopla, prohibió elevar al episcopado obispos indignos, consagró a unos, reprendió a otros, dio normas para que no se utilizaran los bienes de la Iglesia para el enriquecimiento de las familias nobles o para otros fines extraños al culto y a la caridad.

El siglo V es la época de las invasiones bárbaras en el antiguo imperio romano, que provocó el final de una época (la edad antigua) y el nacimiento de otra (la edad media).

Se dice que donde pisaba el caballo de Atila, rey de los hunos, no volvía a crecer la hierba. Cuando se dirigía con su ejército desde Hungría hacia Roma, destruyendo todas las ciudades que encontraba a su paso, el emperador del imperio romano de occidente, huyó de Rávena (la capital, en ese momento), pero el papa León salió a su encuentro y le convenció para que no entrara en Roma y se regresara a su tierra.

Más tarde se lanzaron contra Roma los vándalos. San León no pudo evitar que entraran en la ciudad, pero negoció con los invasores y consiguió que respetaran la vida de los romanos y no quemaran la ciudad.

Él estaba convencido de que también los bárbaros debían ser evangelizados, para que pudieran abandonar sus comportamientos tan violentos y alcanzar la salvación, por lo que no solo trabajó para proteger y conservar la civilización greco-romana, sino también para que la salvación pudiera llegar a todos los pueblos.

Es el primer papa del que conservamos escritos: 96 sermones y 144 cartas. Este texto está tomado de un sermón suyo sobre la Epifanía del Señor:

La misericordiosa providencia de Dios, que ya había decidido venir en los últimos tiempos en ayuda del mundo que perecía, determinó de antemano la salvación de todos los pueblos en Cristo.

De estos pueblos se trataba en la descendencia innumerable que fue en otro tiempo prometida al santo patriarca Abrahán, descendencia que no sería engendrada por una semilla de carne, sino por la fecundidad de la fe, descendencia comparada a la multitud de las estrellas, para quien de este modo el padre de todas las naciones esperara una posteridad no terrestre, sino celeste.

Así pues, que todos los pueblos vengan a incorporarse a la familia de los patriarcas, y que los hijos de la promesa reciban la bendición de la descendencia de Abrahán, a la cual renuncian los hijos según la carne. Que todas las naciones, en la persona de los tres Magos, adoren al Autor del universo, y que Dios sea conocido, no ya solo en Judea, sino también en el mundo entero, para que por doquier sea grande su nombre en Israel.

Abrahán vio este día, y se llenó de alegría, cuando supo que sus hijos según la fe serían benditos en su descendencia, a saber, en Cristo, y él se vio a sí mismo, por su fe, como futuro padre de todos los pueblos, dando gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete.

También David anunciaba este día en los salmos cuando decía: Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor; bendecirán tu nombre; y también: El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia.

Esto se ha realizado, lo sabemos, en el hecho de que tres magos, llamados de su lejano país, fueron conducidos por una estrella para conocer y adorar al Rey del cielo y de la tierra...

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