La imagen de María como nueva Eva ha sido muy usada a lo largo de los siglos, aunque tenemos que hacer un esfuerzo para entenderla correctamente. Los padres de la Iglesia presentan a Eva como ejemplo de la humanidad que quiere alcanzar el cielo por sí misma, dando las espaldas a Dios. María, por el contrario, es la imagen de la humanidad que se abre a la gracia y permite a Dios realizar su obra salvadora.
El misterio del bien y del mal, de la luz y las tinieblas, del pecado y de la gracia, del orgullo y la humildad, de la llamada de Dios y de la respuesta de los seres humanos…, en definitiva, de la libertad humana, aparece desde las primeras hasta las últimas páginas de la Biblia y María, la Inmaculada, la Madre del Salvador, aparece como una señal de que la gracia es más fuerte que el pecado y de que el proyecto salvador de Dios se puede realizar en nuestra historia, a pesar de las dificultades y contradicciones.
En el siglo II, san Justino afirma que Eva, con su desobediencia, engendró el pecado y la muerte, mientras que María, con su obediencia, engendró la salvación y la vida eterna: «Si Cristo se ha hecho hombre por medio de la Virgen, es que ha sido dispuesto por Dios que la desobediencia de la serpiente fuera destruida por el mismo camino que tuvo su origen. Pues Eva, cuando aún era virgen e incorrupta, habiendo concebido la palabra que le dijo la serpiente, dio a luz la desobediencia y la muerte; mas la Virgen María concibió fe y alegría cuando el ángel Gabriel le dio la buena noticia de que el Espíritu del Señor vendría sobre ella y la fuerza del Altísimo la sombrearía, por lo cual, lo nacido en ella, santo, sería Hijo de Dios».
En el mismo siglo II, san Ireneo de Lyon escribió que, en la historia de la salvación, Cristo ocupó el lugar de Adán, la cruz sustituyó al árbol de la caída y María ocupó el lugar de Eva: «Eva, aún virgen, se hizo desobediente y así fue causa de muerte para sí y para todo el género humano. María, virgen obediente, se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano... Lo que la virgen Eva ató con la incredulidad, María lo desató con la fe… Y como por obra de una virgen desobediente fue el hombre herido y murió, así también fue reanimado el hombre por obra de una Virgen, que obedeció a la palabra de Dios, recibiendo la vida... Porque era conveniente y justo que Adán fuese recapitulado en Cristo, a fin de que fuera abismado y sumergido lo que es mortal en la inmortalidad. Y que Eva fuese recapitulada en María, a fin de que una Virgen, venida a ser abogada de una virgen, deshiciera y destruyera la desobediencia virginal mediante la virginal obediencia».
En ambos casos se hace referencia al buen o mal uso de la libertad humana. Dios es un Padre amoroso, que nos enseña el camino de la vida y nos advierte de los peligros que encontraremos en el camino. Obedecerle significa confiar en él, acoger sus enseñanzas para poder vivir en plenitud. Desobedecerle es darle la espalda, pensar que podemos valernos por nosotros mismos (decidir lo que es bueno o malo solo en referencia a nuestra comodidad o egoísmo).
En el Génesis, Eva es imagen del deseo de ser como dioses, dando las espaldas a Dios, y la consecuencia es que los seres humanos se encontraron desnudos, desprotegidos, frágiles. María, por el contrario, es la que se reconoce pequeña, débil, necesitada de Dios, al que se somete, y él la ensalza, haciendo obras grandes en ella.
El concilio Vaticano II presentó así este argumento: «Con razón piensan los santos padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres. Como dice san Ireneo, obedeciendo, se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano. Por eso no pocos padres antiguos afirman gustosamente con él en su predicación que el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; que lo atado por la virgen Eva con su incredulidad fue desatado por la virgen María mediante su fe; y comparándola con Eva, llaman a María madre de los vivientes, afirmando aún con mayor frecuencia que la muerte vino por Eva, la vida por María» (LG 56).
En un prefacio de las misas de Adviento, la Iglesia ora así: «Te alabamos, Padre santo, por el misterio de la Virgen Madre. Porque, si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno virginal de la hija de Sión ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles... La gracia que Eva nos arrebató nos ha sido devuelta en María. En ella, madre de todos los hombres, la maternidad, redimida del pecado y de la muerte, se abre al don de una vida nueva. Allí donde había crecido el pecado, se ha desbordado tu misericordia en Cristo, nuestro Salvador».
Bajo esta imagen de María, nueva Eva, ante todo se pone de relieve la seriedad de la libertad humana y de nuestras opciones, con las que podemos construir nuestra vida o destruirla, especialmente de todas las referidas a nuestra relación con Dios y a dejarnos instruir por él.
El Catecismo de la Iglesia católica resume así estas ideas: «La Virgen María colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres. Ella pronunció su "fiat" "ocupando el lugar de toda la naturaleza humana". Por su obediencia, ella se convirtió en la nueva Eva, madre de los vivientes» (n. 511).
No hay comentarios:
Publicar un comentario