Un desierto, por definición, es un lugar donde no llueve casi nunca y las precipitaciones no superan los 500 mililitros anuales. En los desiertos de Israel llueve cuatro o cinco veces al año, aunque muchos años llueve menos, incluso los hay sin ninguna precipitación de lluvia.
El animal que mejor se ha adaptado a ese ambiente es el dromedario, como los de esta foto en el desierto de Judea:
Los famosos "widian", que en singular se dice "wadi", son valles excavados a lo largo de milenios por ríos que solo llevan agua cuando llueve. Como la tierra está tan seca y es arcillosa, no absorbe el agua, que circula formando corrientes impetuosas, que arrastran todo a su paso. Sucede pocas veces al año, pero en esas ocasiones se pueden ver torrentes de agua en el desierto. Aquí pueden ver el wadi Cidrón en un día de lluvia:
Después de la lluvia, además, brotan florecillas ofreciendo una estampa muy distinta a la que podemos observar el resto del año. Aquí pueden ver el wadi Kelt en abril, después de una tormenta:
En hebreo, «palabra» se dice «dabar» y «desierto» se dice «midbar». «mi» es un privativo, por lo que el término «mi-dbar» equivale a «sin-palabras», «lugar de silencio», porque no está habitado por los hombres.
El desierto es, pues, lugar de silencio y de soledad, que nos permite alejarnos de las ocupaciones cotidianas para encontrarnos con Dios. Por eso, Oseas lo presenta como un espacio donde surge el amor: «La llevaré al desierto y le hablaré al corazón» (Os 2,16).
Para Israel es un lugar rico de evocaciones, que hace presente toda su historia: Abrahán y los patriarcas fueron pastores trashumantes por el desierto. Moisés se preparó en el desierto para su misión y regresó para realizarla. Allí se manifestó el poder y la misericordia de Dios, así como la tentación y el pecado del pueblo. David cuidaba sus rebaños en el desierto y allí se refugió cuando lo perseguía Saúl. Durante el Exilio, los profetas anuncian «una calzada en el desierto» (cf. Is 40,3) para que se repitan los prodigios del Éxodo…
Además de las referencias bíblicas, no podemos olvidar las connotaciones que el desierto ha adquirido en nuestra cultura como imagen del sufrimiento físico y moral. Hoy se usa la imagen del desierto para hablar de la pobreza, del hambre, del abandono, de la soledad, del amor quebrantado. En esas realidades Dios se hace presente de una manera misteriosa.
Israel caminó por el desierto durante 40 años, guiado por Moisés (Dt 29,4). Recordemos que, en la antigüedad, morían muchos niños y los adultos vivían unos 40 años. Los que superaban esa edad eran una minoría. Por eso, 40 años era el símbolo de una generación, de una vida, de un tiempo suficientemente largo para realizar algo importante. De hecho, ninguno de los que salieron de Egipto (la tierra de la idolatría) entró en la Tierra Prometida, solo sus descendientes.
Así, el desierto se convirtió en imagen de la vida de todos los que estamos en camino, en medio de las dificultades y tentaciones, hacia el descanso definitivo.
El desierto de Judea baja desde Jerusalén hacia el Mar Muerto por esta carretera empinada:
En el desierto llama la atención la fortaleza de Masada, protagonista de algunas novelas y películas de género histórico:
El desierto del Neguev es inmenso, y desciende desde la ciudad de Beer Sheva (lugar del pacto de Abrahán con Abimelec) hasta encontrarse con el desierto del Sinaí cerca de Eilat, junto al Mar Rojo. Es la tierra de los patriarcas, donde se sitúan la mayor parte de los acontecimientos narrados en el Génesis. Aquí pueden ver una imagen:
El desierto de Aravá se extiende por el valle del Jordán, desde el Mar Muerto hasta el Mar Rojo, a un nivel más bajo que el del Neguev, aunque formando parte de él:
Allí se encuentra el parque de Timna, con las famosas minas del rey Salomón (en uso desde el VI milenio a. C. hasta la Edad Media), que podemos ver aquí:
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