La cruz de Caravaca es un fragmento de “lignum crucis”, es decir, unas astillas del madero en el que Cristo padeció sus últimos tormentos. Se encuentra albergado en un relicario con forma de cruz de doble brazo, siguiendo una tipología típica de las ciudades patriarcales: Jerusalén, Antioquía, Alejandría, Constantinopla y Roma.
Parece ser que la cruz original perteneció a Roberto, Patriarca de Jerusalén, que la utilizaba como pectoral, la cruz que los prelados portan sobre su pecho.
Al ser Caravaca un lugar fronterizo con el reino musulmán de Granada, los cristianos del lugar quisieron colocar en un lugar alto y visible un signo de su identidad, que les sirviera de continuo recordatorio de su fe, al mismo tiempo que les asegurase la protección del cielo.
Muchos de los cristianos que viajaban hacia Granada para participar en la reconquista, se detenían para orar ante la cruz de Caravaca antes de introducirse en tierras musulmanas. Acabados los tiempos de guerra, Caravaca y su cruz se convirtieron en un foco de peregrinación para las gentes de los alrededores. Ello supuso un constante flujo de personas e ideas que hicieron de la villa un lugar de intercambio cultural y comercial. Al mismo tiempo, los peregrinos regresaban a sus casas con réplicas de la cruz, por lo que su devoción fue extendiéndose más allá de la ciudad y su comarca.
Cuenta la tradición que el reyezuelo local Abu-Zeit pidió al sacerdote Ginés Pérez Chirinos, que se encontraba entre los prisioneros cristianos, que le mostrara lo que sabía hacer. La curiosidad del musulmán por conocer los ritos de los cristianos hizo que enviara un mensajero a Cuenca para recoger todo lo necesario para la misa: cáliz y patena, vestiduras sacerdotales, etcétera.
Muchos de los cristianos que viajaban hacia Granada para participar en la reconquista, se detenían para orar ante la cruz de Caravaca antes de introducirse en tierras musulmanas. Acabados los tiempos de guerra, Caravaca y su cruz se convirtieron en un foco de peregrinación para las gentes de los alrededores. Ello supuso un constante flujo de personas e ideas que hicieron de la villa un lugar de intercambio cultural y comercial. Al mismo tiempo, los peregrinos regresaban a sus casas con réplicas de la cruz, por lo que su devoción fue extendiéndose más allá de la ciudad y su comarca.
Cuenta la tradición que el reyezuelo local Abu-Zeit pidió al sacerdote Ginés Pérez Chirinos, que se encontraba entre los prisioneros cristianos, que le mostrara lo que sabía hacer. La curiosidad del musulmán por conocer los ritos de los cristianos hizo que enviara un mensajero a Cuenca para recoger todo lo necesario para la misa: cáliz y patena, vestiduras sacerdotales, etcétera.
El 3 de Mayo de 1231 se dispuso todo en un salón de la torre del alcázar, pero, una vez comenzada la misa, el sacerdote se dio cuenta de que no disponía de crucifijo en la mesa, por lo que hizo saber que no podía oficiar.
Fue entonces cuando por la ventana aparecieron dos ángeles portando una cruz en sus manos. Ante aquel prodigio, el sayid y toda su corte se convirtieron y solicitaron ser bautizados. Las fiestas de moros y cristianos y de los caballos del vino rememoran cada año estos recuerdos al llegar el mes de mayo.
Mirando a la cruz, podemos decir con san Pablo: «la vida presente la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí». Sí, Cristo se entregó a la muerte por amor a los hombres. Por eso, cuando en nuestra vida hacemos experiencia del dolor, del sufrimiento y de la muerte, sabemos que no estamos solos, porque Cristo ha asumido nuestras cruces en su cruz.
Escribí esta entrada el año 2013. Hoy la retomamos, ya que Caravaca está celebrando sus fiestas en honor de la cruz, que son de interés turístico internacional desde 2004, y los "caballos del vino" que se festejan en estos días fueron declarados también patrimonio inmaterial de la humanidad el año 2020.
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