En estos días de Semana Santa, la liturgia de la Iglesia ora con estas palabras del prefacio: «Te damos gracias, Padre santo, por Cristo, Señor nuestro: Porque se acercan ya los días santos de su Pasión salvadora y de su gloriosa Resurrección, en los cuales celebramos el triunfo sobre el mal y se renueva el misterio de nuestra redención. Por eso, los ángeles te adoran eternamente y se alegran en tu presencia, y nosotros nos unimos a sus voces, diciendo sin cesar: Santo, Santo, Santo es el Señor...»
Nosotros podemos añadir otras oraciones:
«Te alabamos, Padre santo, creador de cielo y tierra, que ordenaste que crecieran las plantas, los vegetales y todas las semilla; que creaste la vid, el olivo y la palmera que sirvieron para agasajar a tu Hijo en su entrada triunfal en Jerusalén. Permite que todos los cristianos asistamos con profundo amor y gran reverencia a los misterios de nuestra salvación. Los méritos de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo son para nosotros don de amor y de unidad. Haz que, por su gracia fecunda, podamos vivir cada día más unidos a ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén».
Que pueda quitarme de encima lo que me estorba y el pecado que me ata, para correr en la carrera que me toca, sin rendirme, sin abandonar, fijos los ojos en ti, Jesús, que inicias y completas nuestra fe. Tú mismo, renunciando al gozo inmediato que siempre el mundo ofrece, soportaste con entereza la cruz, sin importante la ignominia y el desprecio de los importantes. Que no me canse yo ni pierda el ánimo; todavía no he llegado a la sangre en mi pelea contra el pecado. Fortalece, Señor, mis manos débiles y haz fuertes mis rodillas vacilantes, para que camine seguro por tus sendas. Amén.
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Que pueda quitarme de encima lo que me estorba y el pecado que me ata, para correr en la carrera que me toca, sin rendirme, sin abandonar, fijos los ojos en ti, Jesús, que inicias y completas nuestra fe. Tú mismo, renunciando al gozo inmediato que siempre el mundo ofrece, soportaste con entereza la cruz, sin importante la ignominia y el desprecio de los importantes. Que no me canse yo ni pierda el ánimo; todavía no he llegado a la sangre en mi pelea contra el pecado. Fortalece, Señor, mis manos débiles y haz fuertes mis rodillas vacilantes, para que camine seguro por tus sendas. Amén.
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¡Te damos gracias, Señor!
Tu amor es tan grande, que no tiene límites.
Tus palabras son eternas, y permanecen para siempre.
Tus gestos de amor nos impresionan.
Tu mirada nos hace sentir tu amor.
¡Te damos gracias, Señor!
Por amor te despojaste de tu gloria y te hiciste uno de nosotros.
Por amor te convertiste en el siervo de todos.
Por amor te haces presente en la eucaristía para ser nuestro alimento y nuestro compañero de camino.
¡Te damos gracias, Señor!
Te ofreces por la humanidad.
Mueres sin esperar recompensa.
Te vacías de todo para enriquecernos.
Te entregas para darnos vida.
¡Te damos gracias, Señor!
Sirves para que nosotros sirvamos.
Amas para que nosotros amemos.
Perdonas para que nosotros perdonemos.
Mueres… para que nosotros no muramos.
Por todo y por siempre, ¡te damos gracias, Señor!
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