Cleofás y el otro discípulo de Emaús hablaban de la muerte de Jesús. También Moisés y Elías hablaron con Jesús de su Éxodo durante la transfiguración. Lucas nos presenta dos maneras de hablar de Jesús: quedándose con las apariencias, juzgando humanamente, en el primer caso. Buscando el significado de los acontecimientos a la luz de la Escritura, en el segundo.
Jesús sale al encuentro de sus ovejas perdidas y tristes, y se introduce en su conversación. Les pregunta por lo que ha sucedido en Jerusalén y ellos solo lo juzgan con criterios humanos. Como ellos no recuerdan, Jesús mismo, con paciencia, les explica las Escrituras y les recuerda sus propias palabras para que comprendan el sentido de su muerte y de su resurrección (cf. 24,25-27).
San Lucas ya había afirmado antes que solo se puede llegar a la fe a través de la Escritura. En la parábola del rico Epulón, este pide a Abrahán que Lázaro se aparezca a sus hermanos, pero Abrahán responde: «Si no creen a Moisés y a los profetas no creerán ni aunque resucite un muerto» (16,19-31).
Lo que ya era verdad durante la vida mortal de Jesús, lo sigue siendo después de su resurrección: si no se fían de las Escrituras, no creerán aunque Jesús mismo se les aparezca, porque la fe nace de la escucha de la Palabra de Dios.
Ellos dicen: «han pasado ya tres días». Aquí demuestran que no recuerdan las palabras de Jesús, que anunciaban su resurrección al tercer día (cf. Lc 9,22; 18,33), ni recuerdan al profeta que había predicho: «Al tercer día nos hará resurgir y viviremos en su presencia» (Os 6,2).
Jesús insiste en que toda la Escritura se encamina a la Pascua del Señor y toda la Escritura encuentra cumplimiento en ella. Jesús explica a la Iglesia lo que ella misma debe hacer a partir de entonces.
En los Hechos de los apóstoles vemos que los discípulos interpretan lo que sucedió a Jesús a la luz de las Escrituras. Felipe, por ejemplo, al encontrarse con el eunuco etíope que leía a Isaías, «comenzando por aquel paso de la Escritura, le explicó todo lo que se refería a Jesús» (Hch 8,26-40).
Después de bautizarle, Felipe desapareció, el eunuco no lo vio más y continuó su camino lleno de alegría (cf. Hch 8,39). Igual que les había sucedido a los discípulos de Emaús.
El paralelismo le sirve a Lucas para explicar que la Iglesia solo tiene que hacer lo que hizo Jesús: interpretar su misterio a la luz de las Escrituras.
Cuando san Pablo afirma que Jesús murió y resucitó «según las Escrituras», dice que lo hizo cumpliendo un proyecto de Dios. Esta es la fe de la Iglesia, que se ha recogido en el credo.
Toda la vida de Jesús fue una continua obediencia a la voluntad del Padre, manifestada en la Escritura. Él nos pide que cada día oremos al Padre diciendo: «Hágase tu voluntad».
Para conocerla hemos de amar la Escritura, leerla, escucharla, conservarla en el corazón, orarla. Si la desconocemos no podemos comprender lo que nos sucede, no podemos interpretar los signos de los tiempos, juzgaremos solo con criterios humanos.
Lucas recuerda que Jesús había dicho: «Poned atención a cómo escucháis» (8,18) y también «Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios» (8,21).
Jesús prometió a los creyentes que estaría con ellos todos los días hasta el fin del mundo. Aunque Lucas sabe que, desde la ascensión, Jesús está junto al Padre, recuerda que él se hace presente en su Iglesia en el anuncio de su palabra y en la celebración de los sacramentos. Ahora no le vemos, pero creemos en él por el testimonio de la Escritura.
Tomo el texto de mi libro "La Semana Santa según la Biblia", páginas 201-204. Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2017. ISBN: 978-84-8353-819-7
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