Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 13 de abril de 2023

Icono de la resurrección del Señor


Tanto en Oriente como en Occidente, a lo largo de los siglos se han desarrollado muchas maneras de representar a Cristo resucitado. En el Oriente cristiano privilegian los iconos, cargados de simbolismo para transmitir un mensaje teológico. Entre ellos destaca la representación de la “anástasis” (palabra griega que significa “resurrección”), también llamado “icono del descenso de Cristo a los infiernos” que, con ligeras variaciones, se encuentra presente en todas las iglesias y que vamos a comentar en esta entrada. 

En el centro está Cristo revestido de luz, aunque conserva las llagas de la pasión en las manos y en los pies. A sus pies hay unas puertas rotas: son las puertas del abismo, del infierno, de la morada de los muertos, de la que nadie podía salir hasta entonces. Cristo no solo ha abierto las puertas del lugar de las tinieblas, sino que las ha roto para que ya nunca puedan volver a cerrarse. Alrededor están los cerrojos, las llaves, los grilletes y instrumentos de tortura, rotos e inservibles.

Normalmente, por debajo de las puertas rotas se encuentra un personaje encadenado: es la representación de la muerte, que ha sido definitivamente vencida, cumpliéndose la palabra de Cristo: “Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín” (Lc 11,21-22). La muerte tenía presos en el abismo a los difuntos, pero Cristo la ha vencido y se ha quedado con su botín, que son los muertos, y les ha devuelto la vida. Así lo interpreta san Pablo que, citando el salmo 68, dice: “Subió a lo alto llevando cautivos. Decir subió supone que había bajado a lo profundo de la tierra” (Ef 4,8-9). San Pedro lo explica más detenidamente: “Cristo fue a predicar incluso a los espíritus que yacían en la prisión, a los desobedientes de otros tiempos…” (1Pe 3,19-20).

En algunos casos no es la muerte, sino el demonio, el que está derrotado a los pies de Jesús.

Hay ocasiones en las que se representan ángeles atando al demonio o a la muerte.

En algunos casos, Cristo tiene en la mano un rollo (el libro de la vida) o una cruz, por lo que solo da la mano a Adán. Aún es más raro ver representadas las almas de dos difuntos encerradas en el abismo, como en este caso.

Los dos personajes que salen de los sepulcros y a los que Jesús toma por las manos son Adán y Eva, porque Cristo viene a redimir a todos, empezando por los primeros padres. Ahora no son ellos los que elevan la mano para tomar el fruto del árbol prohibido, sino que es Cristo, fruto del árbol de la vida, que los toma por mano y se ofrece a ellos como alimento de inmortalidad. En algunos iconos están solo ellos dos, pero normalmente se representan más personajes a su alrededor.

Los personajes que rodean a Jesús varían en cada icono. En este (además de Adán y Eva) se pueden ver a nuestra izquierda al rey David (con barba y corona), al rey Salomón (sin barba, pero también con corona) y a Juan Bautista (con larga barba y melena). A la derecha se distingue Abrahán (con larga barba blanca), a su hijo Isaac (con barba marrón) y a Abel (jovencito con cayado de pastor). En algunos iconos están todos con aureola sobre la cabeza y en otros no la lleva ninguno. En este solo la llevan los de la izquierda.

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