El evangelio de este tercer domingo de Pascua (ciclo a) es el conocido relato de los discípulos de Emaús.
Al morir Jesús, sus discípulos se dispersaron. Algunos regresaron a sus lugares de origen y otros permanecieron escondidos en Jerusalén. Todos se encontraban confundidos, asustados, sin esperanza.
La escena de los discípulos de Emaús ayuda a comprender el proceso por el que pasaron los primeros creyentes: desde la huida a la reunificación, del desánimo al entusiasmo. Proceso que se realiza a partir del encuentro con Jesús resucitado, que se hace presente en la explicación de las Escrituras y en la Fracción del Pan.
Jesús falleció un viernes por la tarde y fue sepultado ese mismo día al caer el sol. El sábado era día de descanso y las puertas de las murallas de Jerusalén permanecían cerradas. No se podía trabajar ni viajar (menos aún en ese sábado, que coincidió con la Pascua), bajo penas que podían llegar a la muerte.
Cuando pasó el sábado, al cantar el gallo, en el momento en que se abrieron las puertas de las murallas, para que pudieran salir los que debían trabajar a los campos o entrar los que se acercaban a la ciudad, un grupo de mujeres se dirigió al sepulcro para ungir el cadáver del Señor con aromas, siguiendo la tradición; lo que no habían podido realizar el viernes por las premuras. Aquí comienza la historia de este día primero (el inicio de la creación) que se convierte en el día octavo (el cumplimiento último de la misma).
El capítulo 24 de Lucas es el último de su evangelio. Sirve para concluir todo el libro y para comprender tanto lo que viene delante (el evangelio, la historia de Jesús) como lo que se narrará después (los Hechos de los apóstoles, la historia de la Iglesia).
Es un capítulo largo y denso, que comienza «el primer día de la semana, muy temprano» (v. 1), cuando las mujeres van al sepulcro y se encuentran con dos hombres que anuncian la resurrección del maestro.
Ellas regresan a la ciudad y se lo cuentan a los discípulos, a quienes les parece una fantasía (v. 11). Pedro mismo va al sepulcro y no encuentra el cadáver de Jesús, por lo que regresa sorprendido (v. 12).
Los discípulos piensan que alguien ha robado el cadáver y que les esperan nuevos sufrimientos, por lo que algunos huyen mientras tienen tiempo: «Ese mismo día dos discípulos iban de camino hacia Emaús, a unos treinta kilómetros de Jerusalén» (v. 13).
Jesús les sale al encuentro y les recuerda lo que los profetas anunciaban sobre su muerte y resurrección. Al anochecer llegan a su pueblo y después de reconocerlo, «se levantaron para ir a Jerusalén. Allí encontraron a los once y a los del grupo» (vv. 33-35).
Si tardaron un día en marchar, necesitarían otro para volver. De todas formas, las puertas de la ciudad no abrían hasta el amanecer, por lo que no pudieron entrar antes, pero estas consideraciones no son importantes para el evangelista.
En Jerusalén descubren que Jesús también se había aparecido a Pedro. «Mientras estaban hablando de todo esto» (v. 36), él se hace presente y les recuerda que «todo esto os lo había dicho [...]; y les abrió la mente para que pudieran entender las Escrituras» (vv. 44-45). Les instruye, les promete el Espíritu y los conduce hasta cerca de Betania. Allí, al final del día, «mientras los bendecía, se alejó de ellos y fue llevado al cielo» (v. 51).
Todavía volvieron los discípulos a Jerusalén, al templo, en este día larguísimo. Precisamente Lucas, que al inicio de los Hechos de los apóstoles afirma que la Ascensión sucedió cuarenta días después de la resurrección y Pentecostés diez días más tarde, aquí dice que todo sucede en un solo día, el de la resurrección. Un día sin fin, que ha dado inicio a una realidad totalmente nueva y que perdurará hasta el final de los tiempos.
Tomo el texto de mi libro "La Semana Santa según la Biblia", páginas 195-197. Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2017. ISBN: 978-84-8353-819-7
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