Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 7 de abril de 2023

Yo estaba allí. Canto y meditación


El himno del vídeo fue compuesto en el siglo XIX por esclavos estadounidenses de ascendencia africana. Durante los últimos 100 años ha sido interpretado por numerosos solistas y coros, por lo que es muy conocido. El texto comienza diciendo: "Were you there when they crucified my Lord? Oh, sometimes it causes me to tremble" (que significa: ¿Estabas tú allí cuando crucificaron a mi Señor? A veces ese pensamiento me hace temblar).

San Pablo afirma que este es “el gran misterio de nuestra religión” (cf. 1Tim 3,16): que Jesús murió “por nosotros”, “por nuestros pecados” (cf. Rom 4,25; 1Cor 15,3). 

También lo dice claramente san Pedro: “¡Ustedes crucificaron a Jesús!” (cf. Hch 2,23). Y añade que “estas palabras les traspasaron el corazón” (Hch 2,37). Eso querría yo, que la Palabra de Dios traspasara mi corazón y tocara lo más íntimo de mis entrañas.

Me resulta demasiado fácil decir, como Poncio Pilato: "¡Yo soy inocente de la sangre de este hombre!" (Mt 27,24). Pero, cuando confieso que "Jesús murió por nuestros pecados" estoy reconociendo que "¡nosotros matamos a Jesús!", "¡yo lo maté!". No los judíos ni los romanos, sino yo, mis pecados.

Yo estaba allí. Todos estábamos allí. Estábamos con Pilato, desinteresándonos del sufrimiento del Justo. 

Estábamos con la chusma que se reía del fracaso ajeno y despreciaba al débil. 

Estábamos con el mal ladrón que se quejaba de su mala suerte y era incapaz de comprender el sufrimiento del vecino. 

Estábamos con el soldado que le ofreció vinagre para su sed, que despreció al débil y quiso reírse de él. 

Si es verdad que Cristo, “cargado con nuestros pecados, subió al leño” (1Pe 2,24), allí estábamos.

Todo lo dicho es verdad, pero no es toda la verdad. Hemos recordado que “Jesús murió por nuestros pecados” (Rom 4,25). No debemos olvidar que, a continuación, san Pablo añade que "fue resucitado para nuestra justificación" (idem); es decir: para darnos el perdón. Por eso dice en otro lugar que "Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo" (Ef 2,4s).

Si esto es así (como lo es) tenemos que pensar en otra manera de presencia junto a la cruz del Señor. 

Recordemos que, en su vida mortal, él no solo pidió por sus discípulos, sino también “por aquellos que por su testimonio, creerán en mí” (Jn 17,20). Jesús pensó en nosotros (en cada uno de nosotros) antes de morir y pensó en nosotros en el momento de la muerte. 

Él dice hoy a cada uno de nosotros: “Eres precioso para mí y yo te amo. Aunque no hubiera nadie más que tú sobre la tierra, igualmente me habría encarnado e igualmente habría entregado mi vida por ti”.

La canción inicial preguntaba: “¿Estabas tú allí cuando crucificaron al Señor? A veces ese pensamiento me hace temblar”. Deberíamos temblar. Pero no por la vergüenza, sino por el agradecimiento; no por el miedo, sino por la admiración que nos despierta tanta gracia.

Las últimas palabras que santa Teresa de Lisieux escribió en sus manuscritos autobiográficos dicen así: «Estoy segura de que, aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que puedan cometerse, iría, con el corazón roto por el arrepentimiento, a arrojarme en los brazos de Jesús, porque sé muy bien cuánto ama al hijo pródigo que vuelve a él. Dios, en su misericordia preveniente, ha preservado a mi alma del pecado mortal; pero no es eso lo que me eleva a él, sino la confianza y el amor». 

Eso debemos hacer: arrojarnos con confianza infinita en los brazos del amor, implorar su misericordia, dejarnos envolver por su ternura. Amén.

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