Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 26 de octubre de 2021

Reflexiones, fotos y poemas sobre el otoño


El libro del Eclesiastés dice que hay un tiempo para nacer y otro para morir, un tiempo para plantar y otro para cosechar, un tiempo para trabajar y otro para descansar, un tiempo para reír y otro para llorar. Incluso un tiempo para enfadarse y otro para hacer las paces. La verdadera sabiduría consiste en discernir lo que toca hacer en cada momento y en cada lugar. 

La naturaleza tiene sus ciclos, distintos en cada sitio. En Centroamérica y el Caribe solo hay dos estaciones: la de las lluvias y la estación seca. En los hemisferios norte y sur hay cuatro estaciones, más o menos marcadas según donde uno viva. En Chile ahora es primavera, pero en España estamos en otoño. Y, dentro de España, en Valencia el otoño y el invierno tienen un clima suave, pero en Huesca tienen un clima bien frío.

El tiempo de otoño, con los árboles que pierden sus hojas y las aves que emigran, es un tiempo oportuno para reflexionar sobre la caducidad de todas las cosas y también sobre el ciclo de la vida y la necesidad de desprendernos de lo que en otro tiempo ha sido necesario o bello, pero que ahora puede ser un lastre en nuestro caminar.

Los árboles de hoja caduca pierden sus hojas, que se convertirán en abono para que puedan surgir otras nuevas en el momento oportuno. Las vides y los árboles frutales son podados para que puedan resurgir con más fuerza en primavera. Sus ramas y sarmientos se usarán para encender el fuego y calentarse en invierno. Los campos se tiñen de amarillo, rojo y ocre. Al haber menos horas de luz solar, a veces nos ponemos melancólicos y reflexionamos sobre el tiempo que pasa, recordando los versos de Jorge Manrique:

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el placer...

Es natural que en otoño surgiera una celebración de todos los santos (1 de noviembre), que nos invita a poner la mirada en el cielo, la meta de nuestro caminar, y otra celebración para orar por los difuntos (el 2 de noviembre), que nos invita a reflexionar sobre las "postrimerías" o "novísimos": muerte, juicio, infierno y gloria.

Les deseo un bendecido otoño y les invito a leer estos siete poemas que hablan de esta estación, cada uno a su manera, al mismo tiempo que contemplan estas hermosas fotografías.


Una larga carretera
entre grises peñascales,
y alguna humilde pradera
donde pacen negros toros. 
Zarzas, malezas, jarales.

Está la tierra mojada
por las gotas del rocío,
y la alameda dorada,
hacia la curva del río.

Tras los montes de violeta,
quebrado el primer albor:
a la espalda la escopeta,
entre sus galgos agudos, 
caminando un cazador.
(Antonio Machado)


La mariposa volotea
y arde —con el sol— a veces.

Mancha volante y llamarada,
ahora se queda parada
sobre una hoja que la mece.

Me decían: —No tienes nada.
No estás enfermo. Te parece.

Yo tampoco decía nada.
Y pasó el tiempo de las mieses.

Hoy una mano de congoja
llena de otoño el horizonte.
Y hasta de mi alma caen hojas.

Me decían: —No tienes nada.
No estás enfermo. Te parece.

Era la hora de las espigas.
El sol, ahora,
convalece.

Todo se va en la vida, amigos.
Se va o perece.

Se va la mano que te induce.
Se va o perece.

Se va la rosa que desates.
También la boca que te bese.

El agua, la sombra y el vaso.
Se va o perece.

Pasó la hora de las espigas.
El sol, ahora, convalece.

Su lengua tibia me rodea.
También me dice: —Te parece.

La mariposa volotea,
revolotea,
y desaparece.
(Pablo Neruda)


Aprovechemos el otoño
antes de que el invierno nos escombre,
entremos a codazos en la franja del sol
y admiremos a los pájaros que emigran.

Ahora que calienta el corazón,
aunque sea de a ratos y de a poco,
pensemos y sintamos todavía
con el viejo cariño que nos queda.

Aprovechemos el otoño
antes de que el futuro se congele
y no haya sitio para la belleza,
porque el futuro se nos vuelve escarcha.
(Mario Benedetti)


Me siento, a veces, triste
como una tarde del otoño viejo;
de saudades sin nombre,
de penas melancólicas tan lleno...

Mi pensamiento, entonces,
vaga junto a las tumbas de los muertos
y en torno a los cipreses y a los sauces
que, abatidos, se inclinan... Y me acuerdo
de historias tristes, sin poesía... Historias
que tienen casi blancos mis cabellos.
(Manuel Machado)


En una oxidada cafetera
ha llegado un señor,
un señor de galera
en una cafetera Ford.

Con peluca de fideo fino,
guantes patito, traje de papel,
va dejando por todo el camino
una luz parecida a la miel.

Dicen que el señor es peluquero
y también es pintor
y que tira el dinero
porque es muy despilfarrador.

El señor se para en una esquina
y del bolsillo de su pantalón
saca banderitas de neblina
y un incendio color de limón.

Con sus tijeritas amarillas
pasa por el jardín:
le cortó las patillas
y los bigotes al jazmín.

A los arbolitos de la plaza
un sobretodo de oro les compró,
y pintó la tarde con mostaza
aunque el sol le decía que no.

Dicen que el señor tiene en el cielo
un enorme taller
donde hará caramelos
de azúcar del atardecer.

Canta dulcemente con sordina
y se pasea como un inspector.
Prueba la primera mandarina
y se lleva la última flor.
(María Elena Walsh)


Abandonada al lánguido embeleso
que alarga la otoñal melancolía,
tiembla la última rosa que por eso
es más hermosa cuanto más tardía.

Tiembla… un pétalo cae… y en la leve
imperfección que su belleza trunca,
se malogra algo de íntimo que debe
llegar acaso y que no llega nunca.

La flor, a cada pétalo caído,
como si lo llorara, se doblega
bajo el fatal rigor que no ha debido
llegar jamás, pero que siempre llega.

Y en una blanda lentitud, dichosa
con la honda calma que la tarde vierte,
pasa el deshojamiento de la rosa
por las manos tranquilas de la muerte.
(Leopoldo Lugones)


Esparce octubre, al blando movimiento
del sur, las hojas áureas y las rojas,
y, en la caída clara de sus hojas,
se lleva al infinito el pensamiento.

Qué noble paz en este alejamiento
de todo; oh prado bello que deshojas
tus flores; oh agua fría ya, que mojas
con tu cristal estremecido el viento!

¡Encantamiento de oro! Cárcel pura,
en que el cuerpo, hecho alma, se enternece,
echado en el verdor de una colina!

En una decadencia de hermosura,
la vida se desnuda, y resplandece
la excelsitud de su verdad divina.
(Juan Ramón Jiménez)

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