Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 20 de octubre de 2021

La familia carmelitana. Identidad y características principales


El libro del Apocalipsis habla de «una muchedumbre inmensa, que nadie puede contar, de toda raza, lengua, pueblo y nación, que se encuentra ante el trono de Dios» (Cfr. Ap 7,9ss). Los carmelitas somos una pequeña imagen de esta Iglesia del cielo. Efectivamente, somos una Orden religiosa compuesta por hombres y mujeres de todas las razas, extendida por los cuatro continentes.

La gran familia del Carmelo está formada por frailes, monjas contemplativas, religiosas de vida apostólica, miembros de institutos seculares y grupos con otras formas de consagración, miembros del Carmelo seglar y laicos asociados a la Orden por distintos vínculos (cofradías, ONGs, etc.).

En el siglo XIII, la familia carmelitana se reducía a los frailes (por eso fueron llamados la «Orden primera»). En el siglo XV se incorporaron las monjas carmelitas (a las que se denominó «segunda Orden») y los laicos (la «Orden tercera»). Estamos hablando de tres ramas de la misma familia, de tres maneras de vivir el único carisma carmelitano. En los siglos XVIII y XIX se incorporaron los institutos apostólicos afiliados a la Orden, que son tan carmelitas como los demás, pero cada uno vive su pertenencia a la familia de una manera peculiar. Entre los laicos, además del Carmelo seglar, también hay otras formas laicales de asociación a la familia carmelitana.

Santa Teresa de Jesús habla en varias ocasiones de “los que al presente nos amamos en Cristo”. Era un grupo inicial de cinco personas, que fue creciendo, compuesto por algunas monjas y frailes carmelitas descalzos, sacerdotes diocesanos y seglares, del que formaba parte también el obispo de Ávila. Se consideraban amigos y querían “hacerse espaldas unos a otros”; es decir, defenderse mutuamente y ayudarse a caminar en la amistad con el Señor.

En nuestros días, los carmelitas de la antigua observancia (o. carm., tradicionalmente llamados “calzados”) son unos 1.800 frailes, unas 800 monjas, 17 congregaciones de religiosas afiliadas y varios grupos laicales, entre los que destaca la Orden Tercera.

Los carmelitas descalzos o “teresianos” (o.c.d.) somos algo más de 4.000 frailes presentes en 500 conventos repartidos en 87 países; unas 12.000 monjas contemplativas repartidas en 900 monasterios, presentes en casi todos los países del mundo. Más de 60 congregaciones religiosas de vida activa afiliadas a la Orden y unos 40.000 miembros del Carmelo seglar, junto con otros grupos de laicos que, de una u otra manera, comparten nuestra espiritualidad.

Las monjas carmelitas, los frailes carmelitas, el carmelo seglar y varias de las congregaciones y grupos afiliados tenemos en común, como elementos que inspiran nuestra espiritualidad, la regla de san Alberto y los escritos de los santos carmelitas (especialmente santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz). Aparte, cada rama de la familia tiene sus propias constituciones, que son el cuerpo legislativo que regula su vida. 

Todos participamos del mismo carisma (monjas, frailes, seglares y consagrados en las varias familias religiosas carmelitanas o en los institutos seculares), pero cada uno con la modalidad correspondiente al propio estado de vida.

Estos son los elementos fundamentales del carisma carmelita, común a todas sus ramas:

- Queremos “vivir en obsequio de Jesucristo”, revestirnos de él, a quien pertenecemos por completo.

- En nuestra familia, María es la hermana mayor, compañera, madre, protectora y modelo de consagración. (De hecho, nuestro nombre oficial es “Hermanos de la bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo”).

- Como el profeta Elías, buscamos momentos de soledad para tener una fuerte experiencia de la cercanía del Dios vivo.

- La pasión por la Iglesia nos lleva a asumir los trabajos pastorales y misioneros en beneficio de los hermanos.

- Siguiendo a santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, santa Teresita y los otros grandes personajes de la Orden, cultivamos la espiritualidad (la “vida interior”), la formación permanente y las virtudes humanas y sociales como base de la vida fraterna en comunidad.

- Nos esforzamos por vivir en «esencialidad» de vida, no permitiendo que lo accesorio ocupe puestos importantes en los corazones.

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