San Juan de la Cruz enseña que la fe es, al mismo tiempo, oscura y luminosa, noche oscura y claro día, dándose la paradoja de que nos ciega por su exceso de luz.
De por sí, el contenido de la fe es Dios mismo, y Dios no es oscuro, pero su gran luz excede nuestras capacidades. El santo insiste en que, así como podemos ver los objetos de nuestro entorno iluminados por la luz del sol, pero no podemos mirar directamente al astro rey, porque su brillo nos deslumbra, de la misma forma podemos comprender las obras de Dios (la creación y la historia de la salvación), pero Dios es más grande que todas sus obras y permanece siempre por encima de nuestras capacidades. Por eso, siempre debe ser acogido en la fe.
El poeta Luis Rosales recreó estas intuiciones de san Juan de la Cruz en su "Nuevo retablo de Navidad". En el segundo poemilla de esta obra, titulado "De cómo el hombre que se pierde llega siempre a Belén", habla de un deseo capaz de alumbrar la noche y guiar los pasos del caminante, incluso en la oscuridad más profunda.
La primera estrofa indica el aspecto doloroso de la noche («llevando el alma en carne viva y desnuda»), pero la segunda subraya el positivo («el camino huele a romero y a juncia»). La tercera canta la fuerza del deseo, capaz de iluminar la noche sin luna con la esperanza del encuentro. La cuarta une el sufrimiento (el frío, la angustia, el llanto) y la esperanza (la cuna que se mece).
De noche, cuando la sombra
de todo el mundo se junta,
saldremos, llevando el alma
en carne viva y desnuda;
de noche, cuando el camino
huele a romero y a juncia,
saldremos con los pastores
para ir de nuevo en tu busca;
de noche iremos, de noche,
sin luna iremos, sin luna,
que para encontrar la fuente
solo la sed nos alumbra;
de noche, cuando hace frío
y es tan humana la angustia
que siempre hay un cuarto donde
el llanto mueve la cuna.
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