Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 3 de abril de 2022

Material para el quinto domingo de Cuaresma (ciclo c)


Los domingos de Cuaresma del ciclo "c" seguimos un orden en la lectura de los evangelios, que nos ayuda a tomar conciencia de lo que es la conversión: volver el corazón a Dios y revestirnos de sus sentimientos, imitar las actitudes de misericordia que Jesucristo desarrolló en su vida mortal, no juzgar a los demás y tener paciencia con los demás y con nosotros mismos.

El primer domingo leímos el evangelio del retiro de Jesús en el desierto y las tentaciones. El Señor se hace solidario con nosotros, desciende a nuestra situación real de tentación y miseria, a nuestros desiertos, a nuestros fracasos. No nos mira desde lejos, sino que se hace uno de nosotros, experimentando nuestras tentaciones y cargando sobre sus espaldas nuestros pecados.

El segundo domingo leímos el evangelio de la transfiguración. Si nos retiramos con Cristo al desierto y subimos con él a la montaña, podremos ver su rostro glorioso y pregustaremos la gloria futura. La experiencia del Tabor nos fortalece para emprender nuestro camino hacia Jerusalén, con los ojos fijos el la muerte y resurrección de Cristo.

El tercer domingo escuchamos en el evangelio que todo lo que sucede a nuestro alrededor es una oportunidad para nosotros, una llamada a la conversión. La parábola de la higuera que no da frutos, a la que el hortelano da una nueva oportunidad, nos indica que Dios no se cansa de esperar, de invitarnos a tomar en serio nuestra vida cristiana.

El cuarto domingo, la parábola del hijo pródigo nos recordó que es Dios quien nos hace hijos suyos y hermanos unos de los otros. No importa si nos identificamos más con el hijo pequeño que se marchó de casa o con el mayor, que se quedó. Ninguno de los dos entendía de verdad a su padre, pero él los entendía (y soportaba) a los dos.

El quinto domingo se lee el evangelio de la adúltera, condenada por sus contemporáneos, pero perdonada por Jesús, que nos dice: "El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra". Hay "miradas que matan", pero también hay miradas que dan vida, como la de Jesús. San Juan de la Cruz habla así de esta mirada: “Cuando tú me mirabas, / su gracia en mí tus ojos imprimían: / por eso me adamabas, / y en eso merecían / los míos adorar lo que en ti vían” (C 32). Al mirarnos, Jesús nos regala su gracia y nos "adama", que es amar doblemente, porque no ve solo la fealdad de nuestro pecado, sino la belleza de lo que podemos llegar a ser si acogemos su amor.

El sexto y último domingo de Cuaresma es el Domingo de Ramos, con el que da inicio la Semana Santa, en la que conmemoramos los acontecimientos relativos a la pasión, muerte y resurrección del Señor.

He explicado el evangelio de la adúltera perdonada en otras ocasiones, que pueden consultar haciendo un click sobre los títulos de estos enlaces:

- La mirada que salva. Tanto en el caso del hijo pródigo como en el de la mujer adúltera nos encontramos ante personas objetivamente pecadoras y merecedoras de un castigo. En ambos casos también encontramos quienes están dispuestos a condenarlas y a ejecutar la condena (en el primer caso es el hermano mayor, en el segundo son los escribas y fariseos). Y las dos veces encontramos también que Jesús no justifica los pecados cometidos, pero nos enseña a no juzgar a los demás, porque todos somos pecadores.

No tires la primera piedra. «Yo tampoco te condeno». Son las palabras de Jesús, el Dios-con-nosotros, que no ha venido para condenar al mundo, sino para salvarlo. A diferencia de Jesús, los letrados y fariseos sí que condenan a la mujer y querrían acabar con ella. ¿Dónde me sitúo yo? ¿Entre los que condenan (como los fariseos) o entre los que perdonan (como Jesús)? ¿Entre los que miran por encima del hombro o entre los que se agachan para dar una mano al caído?

- Oraciones para el domingo V de Cuaresma. Señor y Dios nuestro,
te rogamos que tu gracia nos conceda participar generosamente de aquel amor que llevó a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

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