¿Quién te ha condenado mujer?
Ninguno, Señor, ninguno.
Tampoco yo te condeno,
anda y no peques más.
¿Quién se ve limpio de pecado
ante la mirada de Dios?
Nuestras piedras arrojadizas
se caen de vergüenza y confusión.
Cristo inocente no condena,
quiere ser nuestro salvador;
nos levanta de la caída
y llena de alegría el corazón.
Gracias, Señor, por tu mirada
y tu palabra de perdón,
que no me humilla, me enaltece,
y siento lo que es ser hijo de Dios.
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