En una tarde suave, Jesús al templo marchó
para enseñar a la gente, ansiosa de oír su voz.
En tanto los adoctrinaba, llegaron los fariseos
junto con los escribas y una mujer entre ellos.
“Esta mujer, buen maestro, sorprendida en adulterio.
Moisés dice que se lapide, ¿qué dices tú de ello?”
Baja la mirada a la arena y en ella escribe con el dedo;
es la ocasión de acusarle si se apiada de aquel reo.
Endereza su figura y exclama en tono sereno:
“El que libre esté de pecado que comience el apedreo”.
Jesús inclinóse de nuevo, mientras dibuja en el suelo,
y uno a uno todos marchan, tanto mozos como viejos.
Y ya Jesús solo ha quedado, y a la mujer dice sereno:
“Si el pueblo no te ha condenado, yo tampoco te condeno;
vete y no peques más, que tienes derecho al cielo”.
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