A lo largo del Adviento y de la Navidad, hemos tenido ocasión de reflexionar sobre la concepción del Señor, su nacimiento y su infancia. El Hijo de Dios se hizo hombre para que los hijos de los hombres podamos llegar a ser hijos de Dios. Voluntariamente, asumió nuestra naturaleza, nuestra historia, nuestras debilidades, convirtiéndose en siervo de todos por amor.
Jesús tiene creció en sabiduría, en estatura y en gracia (cf. Lc 2,52), en su dimensión humana y en su relación con Dios. Esto nos muestra el realismo de la encarnación, ya que el hijo de Dios se hizo verdaderamente uno de nosotros, «en todo exactamente como nosotros, excepto en el pecado» (Heb 4, 15).
Después de unos 30 años de vida escondida en Nazaret, en los que la salvación de Dios se hizo presente en la vida sencilla de cada día, compuesta de relaciones familiares y conflictos, trabajo y descanso, alegrías y sufrimientos, Jesús dio inicio a su vida pública con su bautismo en el río Jordán.
Durante su ministerio, hay tres actividades que destacan en la vida de Jesús: la predicación, la victoria sobre el demonio y los milagros. Las tres son fundamentales, si queremos comprender algo del misterio de Jesús de Nazaret.
Quiero recordar que Jesucristo revela a Dios y salva a los hombres con sus palabras y con sus obras. Su predicación ayuda a comprender sus acciones; al mismo tiempo, sus obras iluminan sus palabras.
La comunidad primitiva confesó su fe en «Jesús de Nazaret, que pasó haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el demonio, porque Dios estaba con él» (Hch 10,38).
Quiero recordar que Jesucristo revela a Dios y salva a los hombres con sus palabras y con sus obras. Su predicación ayuda a comprender sus acciones; al mismo tiempo, sus obras iluminan sus palabras.
La comunidad primitiva confesó su fe en «Jesús de Nazaret, que pasó haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el demonio, porque Dios estaba con él» (Hch 10,38).
Cuando los evangelios quieren presentar un resumen de su vida, dicen que «recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando la Buena Noticia del reino, y sanando todas las enfermedades y las dolencias del pueblo» (Mt 4,23; 9,35).
Los primeros cristianos estaban convencidos de que la predicación, los milagros y la victoria sobre el mal provienen de la misma fuente: el poder de Dios que actúa en Jesús. Al evocar estas cosas, descubren el misterio de su identidad.
El Tiempo Ordinario, en el que nos encontramos, es una oportunidad para profundizar en el misterio de Jesucristo, en sus palabras y en sus obras; es una oportunidad para crecer en la amistad con él. La lectura continuada de los evangelios y de otros libros de la Sagrada Escritura, junto con la celebración de los sacramentos, nos permiten profundizar en el conocimiento y en el amor de Jesucristo.
Los primeros cristianos estaban convencidos de que la predicación, los milagros y la victoria sobre el mal provienen de la misma fuente: el poder de Dios que actúa en Jesús. Al evocar estas cosas, descubren el misterio de su identidad.
El Tiempo Ordinario, en el que nos encontramos, es una oportunidad para profundizar en el misterio de Jesucristo, en sus palabras y en sus obras; es una oportunidad para crecer en la amistad con él. La lectura continuada de los evangelios y de otros libros de la Sagrada Escritura, junto con la celebración de los sacramentos, nos permiten profundizar en el conocimiento y en el amor de Jesucristo.
Esperemos que todos sepamos aprovechar este tiempo de gracia. ¡A Cristo, que siempre camina a nuestro lado, venid, adorémosle!
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