Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

sábado, 28 de agosto de 2021

Santa Teresa de Jesús y san Agustín


El cuadro pintado en 1641 para el retablo de las madres carmelitas de Toledo representa a san Agustín y a santa Teresa de Jesús. Ambos ofrecen sus corazones ardiendo de amor a Jesús. El Libro de la vida de santa Teresa se inscribe en el género de autobiografías espirituales que comenzó con las geniales Confesiones de san Agustín.

Todo el mundo sabe que, cuando la santa tenía 16 años, estuvo interna en el convento de Nuestra Señora de Gracia, de monjas Agustinas, durante un año y medio, tiempo suficiente para descubrir su vocación a la vida consagrada.

De aquella etapa escribió: «Yo soy muy aficionada a San Agustín, porque el monasterio adonde estuve de seglar era de su Orden y también por haber sido pecador, que en los santos, que después de serlo, el Señor tornó a sí, hallaba yo mucho consuelo, parecíame había de hallar en ellos ayuda».

De la lectura de la autobiografía de san Agustín, dice: «Como comencé a leer las Confesiones paréceme me veía yo allí. Comencé a encomendarme mucho a este glorioso Santo. Cuando llegué a su conversión y leí cómo oyó aquella voz en el huerto, no me parece sino que el Señor me la dio a mí, según sintió mi corazón. Estuve gran rato que toda me deshacía en lágrimas y entre mi misma con gran aflicción y fatiga… Paréceme que ganó grandes fuerzas mi alma de la Divina Majestad y que debía oír mis clamores y haber lástima de tantas lágrimas».

Uno de los textos más conocidos de san Agustín es el que dice: «¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti».

A santa Teresa de Jesús le ayudó mucho y lo cita en varias ocasiones, como cuando dice: «Ya sabéis que Dios está en todas partes. Pues claro está que adonde está el rey, allí está la corte. En fin, que adonde está Dios, es el cielo. Sin duda lo podéis creer que adonde está su Majestad está toda la gloria. Pues mirad que dice san Agustín que le buscaba en muchas partes y que le vino a hallar dentro de sí mismo. ¿Pensáis que importa poco para un alma derramada entender esta verdad y ver que no ha menester para hablar con su Padre Eterno ir al cielo, ni para regalarse con él, ni ha menester hablar a voces? Por paso que hable, está tan cerca que nos oirá. Ni ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí y no extrañarse de tan buen huésped; sino con gran humildad hablarle como a padre, pedirle como a padre, contarle sus trabajos, pedirle remedio para ellos, entendiendo que no es digna de ser su hija».

En otra ocasión, citando al santo de Hipona, añade: «Toda mi esperanza está en tu misericordia. Dame, Señor, lo que me mandas y manda lo que quieras».

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