Tal día como hoy, un 28 de marzo de 1515, hace 507 años, nació Teresa de Cepeda y Ahumada en Ávila, hija de Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila y Ahumada. Su abuelo paterno fue un importante comerciante de telas en Toledo, pero unos años antes del nacimiento de Teresa se trasladó a Ávila, ¿por qué? Por sus orígenes judíos.
En su época no era fácil la vida de los conversos. Para quienes estaban acostumbrados a purificarse cada mañana con un lavado ritual, a cambiarse de camisa los viernes, a no cocinar los sábados, a condimentar los alimentos con determinadas especias, a comer carne de animales previamente desangrados, a no probar el cerdo, a freír en aceite y no en sebo, a encender un candil al caer el sol la víspera del Sabat… no les era sencillo cambiar sus costumbres alimenticias, higiénicas y sociales de la noche a la mañana.
Los conversos salieron de sus antiguos guetos e intentaron pasar desapercibidos entre las casas de los cristianos viejos, confundiéndose con ellos.
Sin embargo, las envidias, primero, y el miedo y la sospecha, después, dieron lugar a una sociedad de la revancha y la denuncia anónima, de gente que espiaba el comportamiento de sus vecinos y de personas atemorizadas que intentaban por todos los medios esconder sus orígenes.
El abuelo paterno de Teresa, Juan Sánchez de Toledo, así como su padre y sus tíos (que por entonces eran niños), fueron procesados por la inquisición en 1485, acusados de practicar a escondidas la religión de sus padres. Uno de los tíos se negó a reconciliarse con la Iglesia católica y regresó a la sinagoga. Los demás aceptaron llevar el sambenito durante siete viernes a la puerta de las iglesias de la ciudad, como confesión pública de su falta.
Como era costumbre, los capirotes quedaron expuestos en la iglesia parroquial de los acusados para perpetua memoria e ignominia de los condenados y de sus descendientes. Una pena relativamente suave, si la comparamos con las que se aplicarán en el siglo siguiente por los mismos «delitos». Sin embargo, no dejaba de ser una mancha para quienes querían integrarse totalmente y aspiraban a ocupar un puesto de respeto en la sociedad.
La familia se vio obligada a abandonar su próspero negocio de telas y a vender su casa de Toledo (adquirida por el poeta Garcilaso de la Vega, que pagó a cambio 550.000 maravedíes). Se trasladaron a un lugar donde nadie les conocía: Ávila, ciudad cargada de historia, aunque con menos posibilidades que la populosa capital del imperio.
El abuelo paterno de Teresa, Juan Sánchez de Toledo, así como su padre y sus tíos (que por entonces eran niños), fueron procesados por la inquisición en 1485, acusados de practicar a escondidas la religión de sus padres. Uno de los tíos se negó a reconciliarse con la Iglesia católica y regresó a la sinagoga. Los demás aceptaron llevar el sambenito durante siete viernes a la puerta de las iglesias de la ciudad, como confesión pública de su falta.
Como era costumbre, los capirotes quedaron expuestos en la iglesia parroquial de los acusados para perpetua memoria e ignominia de los condenados y de sus descendientes. Una pena relativamente suave, si la comparamos con las que se aplicarán en el siglo siguiente por los mismos «delitos». Sin embargo, no dejaba de ser una mancha para quienes querían integrarse totalmente y aspiraban a ocupar un puesto de respeto en la sociedad.
La familia se vio obligada a abandonar su próspero negocio de telas y a vender su casa de Toledo (adquirida por el poeta Garcilaso de la Vega, que pagó a cambio 550.000 maravedíes). Se trasladaron a un lugar donde nadie les conocía: Ávila, ciudad cargada de historia, aunque con menos posibilidades que la populosa capital del imperio.
Allí compraron un elegante palacio (la antigua casa de la moneda) y un certificado de hidalguía falso, que les eximía de pagar impuestos y les ofrecía otros privilegios, y se dedicaron a dilapidar la fortuna amasada con tantos esfuerzos, para aparentar una condición que no poseían: la de cristianos viejos.
Los hijos, incluido el que sería padre de Teresa, casaron con doncellas de la baja nobleza y se dedicaron a la vida de los caballeros de la época: paseos por la ciudad, vestidos con telas caras y acompañados de abundante servidumbre, cacerías en la montaña, temporadas en la casa solariega del campo y –por supuesto– nada de trabajos manuales que pudieran manchar la «honra» de la familia.
Los hijos, incluido el que sería padre de Teresa, casaron con doncellas de la baja nobleza y se dedicaron a la vida de los caballeros de la época: paseos por la ciudad, vestidos con telas caras y acompañados de abundante servidumbre, cacerías en la montaña, temporadas en la casa solariega del campo y –por supuesto– nada de trabajos manuales que pudieran manchar la «honra» de la familia.
Mientras vivió el emprendedor abuelo, la recaudación de rentas reales y de beneficios eclesiásticos y la administración de abundantes tierras y cabezas de ganado, supusieron una buena fuente de ingresos, pero se mostraron insuficientes a su muerte.
En ese ambiente de cosas que había que disimular o de las que no se podía hablar en público nació y creció Teresa, que más tarde se hará monja carmelita y será conocida como Teresa de Jesús.
En ese ambiente de cosas que había que disimular o de las que no se podía hablar en público nació y creció Teresa, que más tarde se hará monja carmelita y será conocida como Teresa de Jesús.
En sus escritos habla muchas veces de «la negra honra» y de «la pestilencia de la honra». También clamará contra las discriminaciones a causa del sexo o de los orígenes familiares. Pero esa es otra historia. Hoy me basta con desear un feliz día a todos los hijos, amigos y discípulos de Teresa.
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