Nos preparamos para la fiesta de la anunciación (25 de marzo) hablando de Nazaret, que es una población situada en el valle de Esdrelón, casi a mitad de camino entre el mar Mediterráneo y el lago de Genesaret, pero estaba solo a 6 kilómetros kilómetros de Séforis, la ciudad que mandó construir Herodes Antipas como capital del distrito. Es muy posible que la familia de Jesús (como la mayoría de los habitantes de la zona) trabajara en las nuevas construcciones que se estaban realizando allí.
Nazaret hoy es una ciudad importante, con unos 45.000 habitantes musulmanes y otros 30.000 cristianos. Además, solo cruzando la carretera hay una nueva ciudad llamada Natzrat Illit, en la que viven unos 50.000 judíos.
Pero en la antigüedad era tan pequeña que no aparece ni una vez en el Antiguo Testamento. En tiempos de Jesús vivían allí unas 40 o 50 familias en cuevas excavadas en la roca, a las que se añadía un patio-corral. Los arqueólogos hablan de unos 400 habitantes, vistos los espacios que entonces estaban construidos y las tumbas que se encontraron fuera del perímetro urbano antiguo.
Allí tuvo lugar la Anunciación. Allí vivió la Sagrada Familia a su regreso de Egipto. Jesús creció obedeciendo a José y María hasta el inicio de la vida pública, desarrollándose «en edad, sabiduría y gracia».
Al inicio de su vida pública, Jesús predicó en la sinagoga, leyendo el texto de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido para sanar los corazones afligidos y anunciar la buena noticia a los pobres» y asegurando: «Hoy se ha cumplido esta escritura». Se extrañó de la falta de fe de sus paisanos, que creían conocerlo («¿No es este el hijo de José?, ¿No viven sus parientes entre nosotros?»), e intentaron encerrarlo por loco y despeñarlo por la colina.
Hace dos mil años se decía que de este villorrio no podía salir nada bueno. Y, sin embargo, todo cambió desde que una jovencita de Nazaret aceptó cumplir la voluntad de Dios y convertirse en la Madre del Mesías.
Al visitar Nazaret, Pablo VI resumió sus enseñanzas en “silencio, trabajo y vida familiar”. Juan Pablo II invitó a orar allí por las familias. Benedicto XVI añadió: “Aquí, a ejemplo de María, José y Jesús, podemos apreciar plenamente el carácter sagrado de la familia. En la familia a cada persona – tanto al niño más pequeño como al familiar más anciano – se la valora por sí misma, y no se la ve como un medio para otros fines. Aquí vislumbramos algo del papel esencial de la familia como primera piedra de la construcción de una sociedad bien ordenada y acogedora”.
La basílica de la Anunciación conserva la gruta que sirvió de casa a los padres de la Virgen María, donde el Hijo de Dios se encarnó. En las excavaciones se han encontrado invocaciones a la Virgen desde el siglo segundo en adelante. Es la iglesia más grande de toda la Tierra Santa. La cúpula tiene la forma de un lirio invertido. Sus muros y los del patio circundante están decorados con advocaciones marianas del mundo entero, algunas de gran belleza.
Cerca está la casa de san José. Debajo de la iglesia y de los restos cruzados y bizantinos, se puede observar la cisterna de la casa de la Sagrada Familia, a su regreso de Egipto, convertida por la primera comunidad judeocristiana en baptisterio. En esa casa, Jesús aprendió a hablar y a caminar. Allí creció “en edad, en sabiduría y en gracia”, obedeciendo a José y a María.
Al inicio de su vida pública, Jesús predicó en la sinagoga, leyendo el texto de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido para sanar los corazones afligidos y anunciar la buena noticia a los pobres» y asegurando: «Hoy se ha cumplido esta escritura». Se extrañó de la falta de fe de sus paisanos, que creían conocerlo («¿No es este el hijo de José?, ¿No viven sus parientes entre nosotros?»), e intentaron encerrarlo por loco y despeñarlo por la colina.
Hace dos mil años se decía que de este villorrio no podía salir nada bueno. Y, sin embargo, todo cambió desde que una jovencita de Nazaret aceptó cumplir la voluntad de Dios y convertirse en la Madre del Mesías.
Al visitar Nazaret, Pablo VI resumió sus enseñanzas en “silencio, trabajo y vida familiar”. Juan Pablo II invitó a orar allí por las familias. Benedicto XVI añadió: “Aquí, a ejemplo de María, José y Jesús, podemos apreciar plenamente el carácter sagrado de la familia. En la familia a cada persona – tanto al niño más pequeño como al familiar más anciano – se la valora por sí misma, y no se la ve como un medio para otros fines. Aquí vislumbramos algo del papel esencial de la familia como primera piedra de la construcción de una sociedad bien ordenada y acogedora”.
La basílica de la Anunciación conserva la gruta que sirvió de casa a los padres de la Virgen María, donde el Hijo de Dios se encarnó. En las excavaciones se han encontrado invocaciones a la Virgen desde el siglo segundo en adelante. Es la iglesia más grande de toda la Tierra Santa. La cúpula tiene la forma de un lirio invertido. Sus muros y los del patio circundante están decorados con advocaciones marianas del mundo entero, algunas de gran belleza.
Cerca está la casa de san José. Debajo de la iglesia y de los restos cruzados y bizantinos, se puede observar la cisterna de la casa de la Sagrada Familia, a su regreso de Egipto, convertida por la primera comunidad judeocristiana en baptisterio. En esa casa, Jesús aprendió a hablar y a caminar. Allí creció “en edad, en sabiduría y en gracia”, obedeciendo a José y a María.
No muy lejos de allí está la iglesia greco-ortodoxa, que conserva el único manantial que había en la zona, por lo que es llamada la iglesia del pozo de la Virgen, donde ella (como las demás personas de Nazaret) iba a por agua.
También hay una iglesia greco-católica construida sobre el lugar donde estaba la antigua sinagoga de Nazaret, en la que Jesús predicó al inicio de su ministerio.
En la cima de la colina que domina la ciudad hay un colegio de salesianos con una iglesia en honor de Jesús adolescente. Un poco más abajo está el monasterio de las carmelitas descalzas. En la ciudad hay también santuarios de los anglicanos y de otras denominaciones cristianas.
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