En la anunciación, el ángel dijo a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28).
En griego hay varias formas de saludar, pero no es normal dirigirse a otra persona con la expresión que aquí recoge el evangelio: «Jaire» (que significa «alégrate»).
Si el enviado de Dios usa esta palabra y no otra es porque los profetas insistieron en que, cuando llegue el mesías traerá la alegría al mundo.
Usando ese saludo, el ángel hace referencia a los llamados «oráculos a la hija de Sión», que son una continua invitación a la alegría, porque el Señor se hace presente para salvar:
- «Alégrate y regocíjate, hija de Sión, porque yo vengo a habitar dentro de ti» (Zac 2,14).
- «Lanza gritos de júbilo, hija de Sión, alégrate, [...] Yavé, Dios de Israel, está en medio de ti» (Sof 3,14-18).
- Se puede ver también Jl 2,23-27; Zac 9,9; Is 12,6, etc.
Añade el ángel: «Kejaritomene» (que significa «llena de gracia»), e insiste más adelante: «has hallado gracia ante Dios; Dios te ha agraciado». María es, pues, la mujer que Dios escoge y prepara con su gracia, con su Espíritu, para una misión concreta: ser la madre de su Hijo.
Como Simón es llamado «Piedra» (Mt 16,18) o Gedeón «Guerrero de valor» (Jc 6,12), el nombre que define a María es este: «llenada de gracia por Dios»; preparada por Dios para realizar una misión.
Esto se entiende a la luz de la vocación de Jeremías: «La palabra del Señor me fue dirigida: “Antes de formarte en el vientre de tu madre, te conocí; antes de que salieras del seno materno te consagré; como profeta de las gentes te constituí”» (Jer 1,4). María también ha sido preparada desde el vientre de su madre. Dios la ha llenado de su gracia desde el primer instante de su concepción.
A lo largo de toda la historia de la salvación, Dios ha otorgado su Espíritu a los que debían realizar una misión en favor del pueblo. Lo mismo hace con María: el don del Espíritu la capacita para ser madre del Señor y el mismo Espíritu realiza en ella la encarnación.
Y continúa diciendo: «El Señor está contigo». Al saludo jubiloso (alégrate) y al nombre que la define (agraciada) sigue el anuncio de la presencia de Dios, garantizando la verdad de todo lo indicado: el Dios que ha escogido a María, la acompaña y nos acompaña.
Alégrense, hermanos, porque el Señor nos ha llenado de su gracia y ha venido a vivir entre nosotros, permanece cerca de nosotros para siempre.
El precioso cuadro de arriba es de John Collier (1850-1934).
Añade el ángel: «Kejaritomene» (que significa «llena de gracia»), e insiste más adelante: «has hallado gracia ante Dios; Dios te ha agraciado». María es, pues, la mujer que Dios escoge y prepara con su gracia, con su Espíritu, para una misión concreta: ser la madre de su Hijo.
Como Simón es llamado «Piedra» (Mt 16,18) o Gedeón «Guerrero de valor» (Jc 6,12), el nombre que define a María es este: «llenada de gracia por Dios»; preparada por Dios para realizar una misión.
Esto se entiende a la luz de la vocación de Jeremías: «La palabra del Señor me fue dirigida: “Antes de formarte en el vientre de tu madre, te conocí; antes de que salieras del seno materno te consagré; como profeta de las gentes te constituí”» (Jer 1,4). María también ha sido preparada desde el vientre de su madre. Dios la ha llenado de su gracia desde el primer instante de su concepción.
A lo largo de toda la historia de la salvación, Dios ha otorgado su Espíritu a los que debían realizar una misión en favor del pueblo. Lo mismo hace con María: el don del Espíritu la capacita para ser madre del Señor y el mismo Espíritu realiza en ella la encarnación.
Y continúa diciendo: «El Señor está contigo». Al saludo jubiloso (alégrate) y al nombre que la define (agraciada) sigue el anuncio de la presencia de Dios, garantizando la verdad de todo lo indicado: el Dios que ha escogido a María, la acompaña y nos acompaña.
Alégrense, hermanos, porque el Señor nos ha llenado de su gracia y ha venido a vivir entre nosotros, permanece cerca de nosotros para siempre.
El precioso cuadro de arriba es de John Collier (1850-1934).
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