En la liturgia de Adviento, la Iglesia deposita su mirada principalmente sobre cuatro grandes figuras bíblicas que la ayudan a vivir este tiempo con autenticidad: Isaías, Juan Bautista, María y José. Ya hemos hablado de los dos primeros. Hablemos hoy de la Virgen.
El Concilio Vaticano II recuerda que en María confluyen las esperanzas mesiánicas del Antiguo Testamento: «Con ella, excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne» (LG 55).
María es modelo excelso de las actitudes propias del Adviento: la confianza en la Palabra de Dios, que cumple sus promesas, y la disponibilidad para acoger al Señor que viene.
Pablo VI, en su encíclica sobre el culto mariano, subrayó la profunda relación que existe entre el Adviento y María: «La liturgia de Adviento, uniendo la espera mesiánica y la espera del glorioso retorno de Cristo al admirable recuerdo de la Madre, presenta un feliz equilibrio cultual que puede ser tomado como norma para impedir toda tendencia a separar el culto a la Virgen de su necesario punto de referencia: Cristo. Resulta así que este periodo, como han observado los especialistas en liturgia, debe ser considerado como un tiempo particularmente apto para el culto de la Madre del Señor» (Marialis Cultus, 3-4).
De hecho, en las misas de Adviento, María está presente en los textos bíblicos y en las oraciones, subrayando el paralelismo Adán-Cristo y Eva-María, muy común en los santos padres. Los textos de la liturgia de las horas también la citan e invocan desde el principio.
Al final del Adviento, la figura de María se une de una manera indisoluble con el cumplimiento de las promesas y la llegada del tiempo esperado. Por eso se leen los evangelios de la anunciación, la visitación, el magníficat y otros en los que ella se hace presente de manera luminosa.
Las actitudes de María se convierten en el modelo que los cristianos deben seguir para vivir el Adviento: su fe, su silencio, su oración, su alabanza agradecida al Padre, su disponibilidad a la voluntad de Dios y al servicio.
Las fiestas de la Inmaculada (8 de diciembre), de nuestra Señora de Guadalupe (12 de diciembre) y de nuestra Señora de la Esperanza (18 de diciembre), celebradas en el corazón de este tiempo litúrgico, subrayan aún más la relación de María con el Adviento.
Las actitudes de María se convierten en el modelo que los cristianos deben seguir para vivir el Adviento: su fe, su silencio, su oración, su alabanza agradecida al Padre, su disponibilidad a la voluntad de Dios y al servicio.
Las fiestas de la Inmaculada (8 de diciembre), de nuestra Señora de Guadalupe (12 de diciembre) y de nuestra Señora de la Esperanza (18 de diciembre), celebradas en el corazón de este tiempo litúrgico, subrayan aún más la relación de María con el Adviento.
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