miércoles, 8 de diciembre de 2021
La Inmaculada Concepción. Celebramos el encuentro entre el sí de Dios al hombre y el sí del hombre a Dios
La Inmaculada Concepción de María es un signo del señorío de Cristo sobre el pecado. Ella, solo con su existencia, nos recuerda que Jesús ha vencido el mal, librándonos de su dominio.
Ella es la prueba de que el pecado no es una fuerza inevitable, capaz de truncar los proyectos de Dios. Esta solemnidad manifiesta que el proyecto de Dios es más fuerte que cualquier oposición o resistencia, que su gracia es más grande que el misterio del mal que, a pesar de todo, permanece incomprensible hasta que Jesús no lo resuelva.
En María se cumplen las promesas de Dios. Ella es la mujer cuya descendencia aplastará al diablo, vencerá sobre el pecado y sobre la muerte.
En María, Dios dice un gran sí a la humanidad. Al mismo tiempo, ella es la mujer de fe, que dice sí a Dios. Así, en esta fiesta, celebramos el encuentro entre el sí de Dios al hombre y el sí del hombre a Dios. Por eso, María es aclamada como la escala de Jacob, que une al cielo con la tierra.
En la fiesta de la Inmaculada tenemos ya un anuncio de lo que se realizará plenamente con el nacimiento de su Hijo en Belén y con el cumplimiento de su misterio pascual en Jerusalén.
De hecho, lo que queda claro es que María ha recibido el don de la gracia del sacrificio de Cristo en la cruz, según un proyecto eterno de Dios. No hay momento ni acontecimiento de la historia donde la gracia sea posible si no es por medio de él. Ni antes ni después de su aparición en la carne.
Para entender los enigmas de la historia, no debemos acudir a sus orígenes (a la caída de los primeros padres), sino a su conclusión (al triunfo definitivo de Cristo). María es anticipo y promesa de la redención obrada por Cristo en la cruz.
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