Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 5 de mayo de 2017

¿Qué es la liturgia? (6)


Ayer vimos que el concilio Vaticano II subraya que, en la liturgia, Cristo continúa su obra de salvación: anuncia su Palabra, otorga su perdón, nos hace hijos de su Padre, nos concede su Espíritu, nos hace partícipes de la vida eterna.

El culto es nuestra respuesta a la acción salvífica del Señor. No podríamos dar un culto agradable a Dios si él no nos hubiera santificado previamente. Los dos aspectos están íntimamente unidos en la liturgia de la Iglesia, en la que se da un doble proceso:

1. Dios «desciende» a nosotros, nos habla y nos santifica. Es la dimensión salvífica. Lo que Dios hace a favor nuestro.

2. Nosotros «ascendemos» a Dios y él acoge con agrado nuestro culto. Es la dimensión de glorificación a Dios. Lo que nosotros obramos en honor de Dios.

El Espíritu Santo hace posible esta doble dimensión de la liturgia: Él se nos da como don y él hace válido nuestro culto (espiritual y agradable a Dios).

«El sagrado misterio del culto es una reproducción del círculo recorrido por Cristo. Cristo de las alturas celestiales descendió a las profundidades de la muerte en la cruz, y desde esta volvió a ascender, como Kyrios, a la gloria eterna junto al Padre. De igual manera debemos nosotros, por el bautismo, descender con Cristo a la muerte para resucitar con él a una vida nueva en Dios, que alcanzará toda su perfección en la gloria eterna con su segunda venida. La sagrada liturgia es, pues, un reflejo en el orden místico del ciclo de Cristo» (Odo Casel en la presentación del libro de Emiliana Lörh, El año litúrgico, 19).

Hoy podríamos definir la liturgia como «la celebración cristiana de la fe, usando gestos y palabras, por medio de los cuáles Dios santifica a los creyentes y estos ofrecen culto a Dios». 

Si lo queremos de una manera más académica, podemos hablar de aquellas «acciones sagradas a través de la cuales se ejerce y continúa en la Iglesia la obra sacerdotal de Cristo, es decir, la santificación de los hombres y la glorificación de Dios».

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