Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

lunes, 17 de junio de 2019

Éfeso (en Turquía)


ÉFESO es una de las antiguas 12 ciudades jónicas, que tuvo una gran importancia religiosa, cultural y comercial, con 250.000 habitantes durante la época clásica. Conserva importantes restos griegos, romanos, paleocristianos y bizantinos. Es patrimonio de la humanidad.


Legendariamente fundada por las amazonas; allí se encontraba el famoso templo de Artemisa polimastia («la de muchos pechos», la Diana romana), diosa de los bosques y de las montañas, de la fertilidad y de los partos. Su templo de Éfeso era una de las siete maravillas del mundo antiguo. 


El área arqueológica conserva los restos del teatro (con capacidad para acoger 25.000 personas), de la biblioteca de Celso (que tenía más de 12.000 volúmenes), del templo de Adriano, del Ódeon (teatro semicircular cubierto para escuchar canto y poesía), etc. 


Es uno de los lugares arqueológicos más ricos y mejor conservados de Asia Menor, además del más visitado de Turquía.


San Pablo llegó a Éfeso desde Corinto (Hch 18,19-21). Allí regresó en su tercer viaje apostólico y permaneció dos años (Hch 19,1-20,1). 


La carta a los efesios es una de las «cartas de la cautividad» y reflexiona sobre el eterno proyecto de Dios de crearlo todo por medio de Cristo, que es el salvador de todos los hombres y el realizador del proyecto original de Dios, que nos hace hijos de Dios y herederos de su reino.


La tradición afirma que san Juan se retiró a vivir en Éfeso con la madre de Jesús. Parece ser que allí se escribieron su evangelio y sus cartas. 


Visitaremos la casa de la Virgen María (capilla del siglo XIII construida sobre edificios anteriores y restaurada en el siglo XX) y la basílica de san Juan (siglo VI), donde se conservaba su tumba, que fue tan importante como santa Sofía de Constantinopla, aunque hoy está hundida. 


En Éfeso tuvo lugar el tercer concilio ecuménico (año 431), que decretó que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, dos naturalezas unidas en una sola persona, que nació de la Virgen María, que es verdadera Madre de Dios («Theotocos»), ya que dio a luz a Jesucristo, que es verdadero Dios. 


El año 449 hubo otro concilio, que fue rechazado por el papa, por lo que se le conoce como el «latrocinio de Éfeso».

De la carta de san Pablo a los efesios (2,11-20): Recuerden lo que ustedes eran antes: paganos de nacimiento. Entonces ustedes no tenían a Cristo y estaban excluidos de la comunidad de Israel, ajenos a las alianzas de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora, en Cristo Jesús, ustedes, los que antes estaban lejos, han sido acercados por la sangre de Cristo. Porque Cristo es nuestra paz: él ha unido a los dos pueblos en uno solo, derribando el muro de enemistad que los separaba, y aboliendo en su propia carne la Ley con sus mandamientos y prescripciones. Así creó con los dos pueblos un solo hombre nuevo en su propia persona, restableciendo la paz, y los reconcilió con Dios en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, destruyendo la enemistad en su persona. Y él vino a proclamar la Buena Noticia de la paz, paz para ustedes, que estaban lejos, paz también para aquellos que estaban cerca. Porque por medio de Cristo, todos sin distinción tenemos acceso al Padre, en un mismo Espíritu. Por lo tanto, ustedes ya no son extranjeros ni huéspedes, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Ustedes están edificados sobre los apóstoles y los profetas, que son los cimientos, mientras que la piedra angular es el mismo Jesucristo.

De la primera carta de san Juan (3,1-2): ¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y lo somos realmente. Desde ahora somos hijos de Dios y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

Del libro del Apocalipsis (2,1-7): Escribe al Ángel de la Iglesia de Éfeso: «El que tiene en su mano derecha las siete estrellas y camina en medio de los siete candelabros de oro, afirma: Conozco tus obras, tus trabajos y tu constancia. Sé que no puedes tolerar a los perversos: has puesto a prueba a quienes usurpan el título de apóstoles, y comprobaste que son mentirosos. Sé que tienes constancia y que has sufrido mucho por mi Nombre sin desfallecer. Pero debo reprocharte que hayas dejado enfriar el amor que tenías al comienzo. Fíjate bien desde dónde has caído, conviértete y observa tu conducta anterior. Si no te arrepientes, vendré hacia ti y sacaré tu candelabro de su lugar preeminente. Sin embargo, tienes esto a tu favor: que detestas la conducta de los nicolaítas, lo mismo que yo. El que pueda entender, que entienda lo que el Espíritu dice a las Iglesias: al vencedor, le daré de comer del árbol de la vida, que se encuentra en el Paraíso de Dios».

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