martes, 11 de junio de 2019
Atenas (Grecia)
Es imposible resumir el significado histórico, literario y cultural de esta ciudad, de la que hemos heredado el teatro, la filosofía y la democracia, entre otras cosas. El área metropolitana tiene unos cuatro millones de habitantes.
En autobús nos acercaremos al arco de Adriano y al templo de Zeus Olímpico (el más grande de la Grecia antigua, que contaba con 104 columnas de 17 metros de alto, de las que se conservan 12 en pie y una tumbada), al palacio del presidente, a la plaza Syntagma (donde están el parlamento y la tumba del soldado desconocido, con los evzoni haciendo guardia), al estadio Panatineo (construido en mármol blanco sobre las ruinas de un estadio de época clásica en el que se celebraban los juegos de las panateneas, en honor de la diosa Atenea. Allí se restauraron las olimpiadas en el siglo XIX) y a la «Trilogía neoclásica» de Atenas (las sedes de la biblioteca nacional, la universidad y la academia, con las esculturas sobre columnas de Atenea y Apolo, además de los monumentos de Platón, Aristóteles y otros personajes).
Además, visitaremos la acrópolis (la antigua ciudadela elevada, sede de los principales templos y edificios públicos) con el Partenón (el principal templo en honor de la diosa Atenea), los propileos (el acceso monumental), el templo de Atenea Niké (la victoria), el templo Erecteion con las famosas cariátides (templo en honor de Atenea Polias, Poseidón y Erecteo, rey mítico de la ciudad), el teatro de Dionisio y el Odeón (para escuchar música y poesía). Muy cerca están el Areópago (donde se reunía el consejo, una especie de tribunal supremo) y el Ágora (la plaza principal, equivalente del foro romano).
El Partenón es el símbolo de Atenas, de Grecia y de Europa, manifestación de la belleza y armonía atemporal del arte clásico. Fue construido por los arquitectos Ictino y Calícrates en el siglo V a.C. sobre otro templo anterior. Se edificó en 9 años y lleva 200 en restauración. En su interior se conservaba una escultura de Atenea Parthenos de 12 metros de altura, realizada por Fidias con marfil y oro sobre una estructura interna de bronce y madera.
Este edificio es el mejor ejemplo del uso de las matemáticas y la geometría en la arquitectura. Por un lado, se usó el «número áureo» («phi», «divina proporción», directamente relacionado con la «sucesión de Fibonacci»), que resulta de la aplicación constante de una fórmula matemática: el segmento menor de una recta está en la misma proporción con respecto al mayor que este con respecto a la suma de ambos. Esta proporción se encuentra tanto en algunas figuras geométricas como en la naturaleza: en las nervaduras de las hojas, en el grosor de las ramas, en el caparazón de los caracoles, en las pipas de los girasoles, en las alcachofas, en las piñas, en la procreación de los conejos, en el árbol genealógico de las abejas, en los átomos, en las galaxias, etc.
Además, los griegos eran conscientes de que, al acercarnos a los grandes edificios, las columnas no se ven ni rectas ni paralelas, por eso hicieron las columnas con «éntasis», ligeramente abombadas, un poco inclinadas hacia dentro, no equidistantes, y algo más gruesas en las esquinas. También arquearon el basamento y el frontón para engañar a la vista humana. Se logró así una armonía y una proporción únicas, que siguen asombrando a quienes contemplan el edificio, a pesar de encontrarse tan deteriorado.
Otros edificios han desaparecido porque se usaban como canteras cuando quedaban abandonados (como le sucedió al templo de Zeus, que era mucho más grande). Este ha llegado hasta nosotros porque desde el siglo VI fue transformado en iglesia cristiana y desde el siglo XV en mezquita musulmana. En el siglo XVII estalló una bomba lanzada por los venecianos, que hizo detonar la pólvora almacenada en su interior por los turcos. A lo largo del siglo XIX fue despojado de las esculturas y elementos decorativos que quedaban.
Además de los restos de la ciudad clásica, visitaremos la catedral ortodoxa (donde contrajeron matrimonio Juan Carlos I de España y Sofía de Grecia) y algunas hermosas iglesias de la ciudad.
San Pablo estuvo en Atenas el año 52 d.C. (Hch 17,16-34). Allí pronunció su famoso discurso en el Areópago. Atenas era una ciudad en decadencia. Aún conservaba el aura de capital cultural del mundo, pero el centro de poder se había desplazado a Roma.
De los hechos de los apóstoles (17,16-34): En Atenas, Pablo sentía que la indignación se apoderaba de él, al contemplar la ciudad llena de ídolos. Discutía en la sinagoga con los judíos y con los que adoraban a Dios, y también lo hacía diariamente en la plaza pública con los que pasaban por allí. Incluso algunos filósofos epicúreos y estoicos dialogaban con él. Algunos comentaban: «¿Qué estará diciendo este charlatán?», y otros: «Parece ser un predicador de divinidades extranjeras», porque Pablo anunciaba a Jesús y la resurrección. Entonces lo llevaron con ellos al Areópago y le dijeron: «¿Podríamos saber en qué consiste la nueva doctrina que tú enseñas? Las cosas que nos predicas nos parecen extrañas y quisiéramos saber qué significan». Porque todos los atenienses y los extranjeros que residían allí, no tenían otro pasatiempo que el de transmitir o escuchar la última novedad. Pablo, de pie, en medio del Areópago, dijo: «Atenienses, veo que ustedes son, desde todo punto de vista, los más religiosos de todos los hombres. En efecto, mientras me paseaba mirando los monumentos sagrados que ustedes tienen, encontré entre otras cosas un altar con esta inscripción: “Al dios desconocido”. Ahora, yo vengo a anunciarles eso que ustedes adoran sin conocer. El Dios que ha hecho el mundo y todo lo que hay en él no habita en templos hechos por manos de hombre, porque es el Señor del cielo y de la tierra. Tampoco puede ser servido por manos humanas como si tuviera necesidad de algo, ya que él da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. Él hizo salir de un solo principio a todo el género humano para que habite sobre toda la tierra, y señaló de antemano a cada pueblo sus épocas y sus fronteras, para que ellos busquen a Dios, aunque sea a tientas, y puedan encontrarlo. Porque en realidad, él no está lejos de cada uno de nosotros. En efecto, en él vivimos, nos movemos y existimos, como muy bien lo dijeron algunos poetas de ustedes: “Nosotros somos también de su raza”. Y si nosotros somos de la raza de Dios, no debemos creer que la divinidad es semejante al oro, la plata o la piedra, trabajados por el arte y el genio del hombre. Pero ha llegado el momento en que Dios, pasando por alto el tiempo de la ignorancia, manda a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan. Porque él ha establecido un día para juzgar al universo con justicia, por medio de un hombre que él ha destinado y acreditado delante de todos, haciéndolo resucitar de entre los muertos». Al oír las palabras «resurrección de los muertos», unos se burlaban y otros decían: «Otro día te oiremos hablar sobre esto». Así fue como Pablo se alejó de ellos. Sin embargo, algunos lo siguieron y abrazaron la fe. Entre ellos, estaban Dionisio el Areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos otros.
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