Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 10 de junio de 2018

Rechazar a Jesús es pecar contra el Espíritu Santo


Durante los últimos meses hemos celebrado la Cuaresma y la Pascua, que se prolongó hasta la fiesta de Pentecostés y de alguna manera se alargó en las fiestas de la Santísima Trinidad, del Corpus Christi y del Sagrado Corazón de Jesús. Hoy retomamos el ritmo de los domingos "normales" del Tiempo Ordinario.

Este año leemos el evangelio de Marcos, que es el más antiguo y el más corto y estamos en el capítulo 3, al inicio de la vida pública de Jesús.

El evangelio nos recuerda que Jesús anunciaba la buena noticia del amor de Dios hacia los más débiles y necesitados. El Señor acompañaba su predicación con la liberación de los endemoniados y la sanación de los enfermos.

Desde el principio, algunos lo seguían entusiasmados y otros lo rechazaban con acritud, incluso algunos miembros de su familia decían de él que estaba loco. Otros que estaba endemoniado.

Ante estas acusaciones, Jesús nos dice que oponerse a él y a su obra es pecar contra el Espíritu Santo. Todos nuestros pecados pueden ser perdonados (esto es una buena noticia), pero si rechazamos a Jesús permaneceremos en nuestros pecados, ya que él es el único salvador del mundo ayer, hoy y siempre.

El evangelio de hoy termina con la escena de la madre y los parientes de Jesús que van a buscarlo, a lo que él responde "mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen". He hablado de eso en esta entrada:

- La familia de Jesús es nuestra familia. Jesús nació y creció en el seno de una familia, pero, en el momento oportuno, nos enseñó que "su madre y sus hermanos y hermanas" son los que escuchan su Palabra y se esfuerzan por cumplirla. Jesús amó con sinceridad a María y a José, pero no permitió que sus parientes ni el ambiente social le dictaran lo que tenía que hacer y anunció unas relaciones que van más allá de las naturales. Él anunció que su verdadera familia no la forman los lazos de la carne y de la sangre, sino los de la fe (Mc 3,31; Mt 12,46-50; Lc 8,19-21), porque él ofrece a los creyentes una nueva familia en el Espíritu. En cierto momento, María y José dejaron de ser los que cuidaban y protegían a Jesús para convertirse en los que escuchaban sus enseñanzas, pasando a formar parte de la nueva familia de los creyentes.

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