Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 5 de abril de 2020

Textos para la celebración del Domingo de Ramos en casa


Nos disponemos a conmemorar la entrada mesiánica de Jesús, pero no solo en Jerusalén, sino también en nuestras vidas, donde lo reconocemos como nuestro Dios y Señor. 

Dios mío ven en mi auxilio. 
Todos: Señor, date prisa en socorrernos. 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Todos: Como era en un principio ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén. 

Bendigamos a Dios Padre, que nos permite reunirnos en su nombre para aclamar a su Hijo como nuestro Señor y Rey. 
Todos: Bendito seas por siempre, Señor. 

Padre santo, te pedimos que aumentes la fe de los que tenemos en ti nuestra esperanza y nos permitas permanecer unidos a Cristo, para que así demos frutos de buenas obras. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 

Lectura del libro del profeta Isaías (50,4-7):

El Señor me ha dado una lengua experta, para que pueda confortar al abatido con palabras de aliento. Mañana tras mañana, el Señor despierta mi oído, para que escuche, como discípulo. El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos. Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endureció mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado.  

Palabra de Dios. 
Todos: Te alabamos, Señor. 

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? 

Todos los que me ven, de mí se burlan;  me hacen gestos y dicen: "Confiaba en el Señor, pues que él lo salve;  si de veras lo ama, que lo libre". 

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Lectura del santo evangelio según san Mateo (21,1-11):

Cuando se aproximaban a Jerusalén, al llegar a Betfagé, junto al monte de los Olivos, envió Jesús a dos de sus discípulos, diciéndoles: "Vayan al pueblo; al entrar, encontrarán amarrada una burra y un burrito con ella; desátenlos y tráiganmelos. Si alguien les pregunta algo, díganle que el Señor los necesita y enseguida los devolverá". 

Esto sucedió para que se cumplieran las palabras del profeta: "Díganle a la hija de Sión: He aquí que tu rey viene a ti, apacible y montado en un burrito". 

Fueron los discípulos e hicieron lo que Jesús les había encargado y trajeron consigo la burra y el burrito. Luego pusieron sobre ellos sus mantos y Jesús se sentó encima. La gente, muy numerosa, extendía sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de los árboles y las tendían a su paso. Los que iban delante de él y los que lo seguían gritaban: "¡Hosanna! ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!" 

Al entrar Jesús en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. Unos decían: "¿Quién es éste?" Y la gente respondía: "Es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea". 

Palabra del Señor. 
Todos: Gloria a ti, Señor Jesús. 

El pueblo que fue cautivo 
y que tu mano libera 
no encuentra mayor palmera 
ni abunda en mejor olivo.

Viene con aire festivo 
para enramar tu victoria, 
y no te ha visto en su historia, 
Dios de Israel, más cercano: 
Ni tu poder más a mano 
ni más humilde tu gloria. 

¡Gloria, alabanza y honor! 
Gritad: "¡Hosanna!", y haceos 
como los niños hebreos 
al paso del Redentor. 
¡Gloria y honor 
al que viene en el nombre del Señor!

Como Cristo se dirigió al Padre en el momento de su máximo sufrimiento, oremos también nosotros con toda confianza a Dios, nuestro Padre. Pidamos que nos conceda comprometernos con los seres humanos que más comparten el sufrimiento de Jesús. 

Dios se nos ha manifestado, principalmente, en el amor de Jesús, en su sufrimiento, en su humillación hasta morir en la cruz. Pidamos, pues, que la iglesia y los cristianos no busquemos la gloria y el poder, sino el servicio humilde, atento, comprometido con los más necesitados, con los más pobres, oremos. 
Todos: Que tu gracia, nos ayude, Señor. 

Jesús en la cruz clamó al Padre con el grito del hombre que se siente abandonado. Comprometámonos con las mujeres y los hombres, los niños, jóvenes o ancianos que se sienten solos, perdidos, abandonados, para que salgamos, como hermanos, a su encuentro, oremos. 
Todos: Que tu gracia, nos ayude, Señor.  

Jesús fue juzgado y condenado injustamente por los poderosos. Oremos por los que tienen algún poder en la sociedad, para que luchen por la paz y la justicia, muy especialmente para los más menospreciados y oprimidos, oremos.
Todos: Que tu gracia, nos ayude, Señor.  

En este Domingo de Ramos, en que los niños aclaman con alegría al Señor, comprometámonos con ellos, para que fortalecidos por Dios cuidemos de su inocencia, oremos. 
Todos: Que tu gracia, nos ayude, Señor.  

Oremos, también, por nosotros, para que celebremos de tal modo estos días santos que profesemos en nuestro camino de seguimiento de Jesucristo, oremos. 
Todos: Que tu gracia, nos ayude, Señor.  

Padre, tú nos has mostrado la inmensidad de tu amor a través del camino que siguió Jesús hasta la muerte. Haz que, contemplando su pasión y muerte, compartamos más su vida nueva. Aquella vida nueva que tú quieres para todos los seres humanos. Por Jesucristo nuestro señor.   
Todos: Amén. 

Por Jesús hemos sido hechos hijos del Padre, por eso nos alegramos de decir: 
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.

El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. 
Todos: Amén. 

“¿No se llama María su madre?” (Mt 13,55).  

¿No es Jesús el hijo de aquella que, embarazada y a lomo de burro, cuando el emperador dictó una ley que ordenaba hacer un censo en todo el imperio, subió con José a Belén, para hacerse inscribir? (Lc 2,1-5), ¿No es el hijo de aquella que lo dio a luz en un pesebre? (Lc 2,7), ¿No es el hijo de aquella que, con José y el niño, huyó, desplazada, a lomo de burro, porque Herodes buscaba al niño para matarlo? (Mt 2,13). 

Por eso Jesús, llegada su hora, dijo a sus discípulos: "Vayan al pueblo que está enfrente. Al entrar, encontrarán amarrado un burrito. Desátenlo y tráiganlo".

Jesús es el hijo de María, mujer humilde, y por eso se desplaza como los humildes. De ella aprendió a ser pobre: no era ciudadano romano, no tenía ningún título distinto a los de “hijo de María” e “hijo del carpintero”. 

Por eso Jesús entra triunfante a Jerusalén, pero montado en la cabalgadura que le correspondía como pobre, aclamado por los pobres que le seguían, porque en la sociedad de los satisfechos no hay lugar para que el pobre triunfe. “Vino a su propia casa y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11).

María fue pobre y socialmente sin importancia. Jesús, el hijo de María, fue, como ella, también pobre y socialmente sin importancia. 

Hoy celebramos la entrada de Jesús en Jerusalén. Como los pobres y los humildes de entonces, reconocemos en la persona de Jesús, el hijo de María, el proyecto de una humanidad nueva, que se gesta a partir de la humildad y la sencillez. Acompañando a Jesús y María, proclamamos la fe en el poder de Dios y, al mismo tiempo, testimoniamos la esperanza invencible de los pequeños.

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