miércoles, 24 de enero de 2018
Visitando El Cairo
El Cairo es una ciudad caótica y fascinante, con 20 millones de habitantes, en la que el polvo que viene del desierto se mezcla con la contaminación de los vehículos, haciendo que todo aparezca envuelto en una neblina, como en la foto, aunque sea mediodía.
Me encuentro en esta ciudad, predicando por las mañanas un curso sobre san Juan de la Cruz para la familia carmelitana y teniendo por las tardes encuentros con los religiosos, sacerdotes y fieles del lugar.
Otro día hablaré del hermoso santuario de santa Teresita y de la gran obra social que realizan los carmelitas descalzos en su hospital. Hoy les mostraré fotos de algunos lugares que me han hecho visitar en los dos días anteriores al inicio del curso y en los momentos libres.
Como es natural, lo primero que visité fueron las pirámides de Guiza y la esfinge. Todos hemos visto cientos de fotos y reportajes, pero no se puede explicar la impresión que causa encontrarse a los pies de la famosa pirámide de Keops (de Jufu en árabe), construida hace 4600 años, de casi 150 metros de alto. Es una verdadera montaña, cuya cima parece perderse en las alturas. Ninguna fotografía puede captar esa sensación.
En el Cairo no se puede dejar de visitarse el museo egipcio. Están construyendo uno nuevo pero, hasta que se termine, permanecen amontonadas en este fantástico lugar innumerables esculturas, papiros, momias, joyas y objetos de todo tipo de la época faraónica, incluyendo semillas y alimentos de hace miles años.
Lo que más llama la atención en el museo son los 5000 objetos encontrados dentro de la tumba de Tutankamón, especialmente la famosa máscara dorada, los sarcófagos, tronos, camas y demás elementos suntuarios.
En una isla del Nilo han construido una "ciudad de los faraones", una especie de parque temático, en el que se puede visitar un templo, una casa de ricos, otra de pobres y ver cómo se realizaban los distintos oficios antiguamente, así como varios museos temáticos.
Una tarde me llevaron a la mezquita Al Hussein, donde se conservan los restos del hijo de Mahoma. El interior es un bosque de columnas, en el que uno se quedaría mucho tiempo contemplando la belleza del lugar, si no fuera por el terrible olor a pies y a sudor que llena el recinto, al que acuden a diario miles de personas que se descalzan para entrar.
Todas las calles de alrededor son un inmenso bazar, que parece no tener fin, en el que hay de casi todo lo que uno pueda imaginar.
A mí, lo que más me ha impresionado es el barrio copto, con sus antiguas iglesias del siglo IV en adelante, como esta de santa Bárbara, para la que se reutilizaron columnas de edificios de época romana.
No puedo describir la emoción que sentí en la antiquísima iglesia de san Sergio, especialmente cuando descendí a la cripta.
La cripta es un edificio de época paleocristiana construido donde, según la tradición, habitó la Sagrada Familia. Allí se ha celebrado el culto cristiano a lo largo de los siglos hasta el presente.
Los iconos coptos llaman la atención por los grandes ojos de los personajes representados en un estilo naif, con las líneas del dibujo muy marcadas y los colores vivos.
En toda la ciudad se acumula la basura, pero de una manera especial en el barrio cercano a las iglesias coptas, ya que sus habitantes se dedican a recogerla y reciclarla. La mayoría de los edificios están inacabados y la basura se amontona en las calles, en las casas y en las azoteas.
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