Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

lunes, 15 de enero de 2018

Un corazón grande como las playas del mar


Después de un largo año luchando contra el cáncer, ha fallecido en Valencia Belén, esposa de Ángel, madre de Alberto, Carmen, Pablo, María y David. 

Belén ha sido una mujer excepcional que, junto con su esposo, ha sembrado amor a su alrededor y ha cuidado con amor a muchos niños en acogida y a personas de toda condición y edad.

El Señor les concedió a ambos un corazón grande como las playas marinas, como el firmamento cuajado de estrellas.

Yo siempre los llevo en mi corazón y doy infinitas gracias a Dios por todo el bien que he recibido de ellos. Los que les conocemos coincidimos en que su amistad ha sido un gran regalo en nuestras vidas.

En el año de la misericordia (2016) les pedí una charla sobre «la misericordia  en la familia». Pensaba que hablarían de cómo han ejercitado la misericordia a lo largo de los años, como familia de acogida y de adopción y como responsables de la asociación Nueva Infancia. Pero escribieron sobre cómo Dios les había tratado con misericordia. Les envío algunos párrafos:

«Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre y nos enseña que son “bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7).

Cuando comprendemos que Dios nos ama y no se cansa de manifestar su misericordia hacia nosotros, surge espontánea la pregunta: ¿cómo podemos corresponderle? La respuesta nos la da Jesús en el evangelio: “Vete y haz tú lo mismo” (Lc 10,37).

Hablando de misericordia, cuando miramos la formación de nuestra familia, nos podríamos preguntar si fuimos misericordiosos al decidir optar por la adopción de niños que necesitaban una familia. 

Analizando nuestras decisiones de entonces y viendo todo el camino recorrido, hemos llegado a la conclusión que no fuimos nosotros los misericordiosos, sino que ha sido Dios el que siempre, durante todos estos años, ha sido misericordioso con nosotros. Nos ha regalado cinco hijos que son cinco bendiciones, ha cuidado con esmero de todos nosotros y de nuestros problemas.

Hemos atravesado momentos muy difíciles, pero Dios siempre ha estado a nuestro lado, acompañándonos, sosteniéndonos, animándonos,  en definitiva, amándonos.

¿Fuimos misericordiosos nosotros al hacernos familia de acogida? Seguimos pensando que el misericordioso fue el Señor, que trajo hasta nuestra casa a cada uno de nuestros niños acogidos. Niños que, evidentemente, algo se han llevado de nosotros, pero nos han dado el ciento por uno. 

Cada uno de ellos nos ha devuelto con creces lo “invertido”. Al final, los misericordiosos fueron ellos, que llenaron nuestra casa y nuestras vidas con su amor. Damos gracias a Dios por todos ellos...

Para poder mirar a los demás con misericordia es imprescindible haberla recibido de Dios. Para ello es necesario ponerse delante de Dios y reconocerse amado por él. Reconocer su misericordia en nuestras vidas, en cosas concretas, en nuestro entorno...»

Pidamos al Dios de misericordia que la acoja en su reino y que dé consuelo y fortaleza a su esposo e hijos, a sus colaboradores en la acogida de niños en situaciones difíciles, y a todos los que lloramos su fallecimiento.

Cuando lo comuniqué por correo electrónico a mis amistades que la conocían, muchos me escribieron aportando preciosos testimonios del gran bien que les había hecho el trato con este matrimonio.

Unos amigos me escribieron desde la República Dominicana:

«¡Qué dolor tan grande esta noticia! Para nosotros, España no será igual ahora sin Belén. La solidez de su matrimonio y su amor por sus hijos eran un pilar de referencia para nosotros. Oramos por el descanso eterno de su alma y por el consuelo de Ángel y sus hijos. Sentimos mucho esta pérdida».

Mi amiga Lola Fernández de Caravaca de la Cruz publicó en mi blog un emotivo poema, que hoy quiero compartir con todos ustedes. Dice así:

A BELÉN TRAVAL

Que el viento nos hable el lenguaje de tus hojas
y nos acaricie la serena claridad de tu luz.

Que nos alimente la dulce savia de tu cuerpo
y se convierta en fuerza y tesón.

Que tus ramas nos cobijen en el centro de tu corazón
y tu generosidad fecunda nos llene de valor.

Que las lágrimas que nos arrancó el frío rocío de la mañana
no hieran tu labor.

Quiero hundirme en el suelo, beber la esencia de tus raíces
y perfumar con tu olor.

¡Hasta siempre, Belén!

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