Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

lunes, 23 de marzo de 2020

Sacerdotes muertos por coronavirus


Los periódicos italianos de ayer se hacían eco de la lista de 50 sacerdotes diocesanos católicos muertos hasta ahora por el coronavirus en Italia: el más joven de 45 años y el más anciano de 104. La mayoría de ellos estaba en activo y se han infectado consolando a los enfermos en los hospitales y atendiendo a los más necesitados. No todos eran ancianos, varios eran de 50 o 60 años. 

La lista actualizada la da el periódico "Avvenire", pero no recoge a los religiosos y religiosas. Al menos han muerto cinco javieranos en Parma, dos orionistas en Tortona, un comboniano en Milán, un cistercience en Piacenza... por lo que el total supera los cien. Y muchos más están ingresados en hospitales en condiciones graves.

El más anciano, don Mario Cavalleri, de 104 años, dirigía desde hace 30 años la "Casetta" una estructura para acoger personas sin hogar, drogodependientes y prófugos.  Don Franco Minardi era el director de la Cáritas diocesana de Piacenza. Don Giancarlo Quadri se había consagrado al servicio de los emigrantes en Milán. Don Franco Carnevali servía a los emigrantes en Monza. Don Donato Forlani dirigía un centro para sordomudos en Bérgamo. Don Giorgio Bosini fue el fundador de la ONG "La ricerca", con comunidades para drogadictos, enfermos de SIDA, personas disminuidas físicas y psíquicas...

Ciertamente, estos sacerdotes vivían en medio del pueblo y al servicio del pueblo. Y han compartido su suerte hasta el final. También han sido enterrados sin ritos fúnebres, como los otros italianos que han fallecido por la misma causa (ya son más de cinco mil).

Hace solo una semana se discutía en las redes si hay que tomar la comunión en la boca o en la mano, si los curas deberían celebrar más o menos misas, si se deberían abrir los templos por más horas, si se deberían organizar procesiones extraordinarias... Hoy estas cosas parecen irrelevantes. Todas nuestras certezas y costumbres se han visto zarandeadas.

En estos momentos, el misterio de la pasión y de la muerte del Señor se vive principalmente en los hospitales. También el misterio de su resurrección, que nos mueve a levantarnos de nuestra postración para servir a los hermanos, especialmente a los que sufren, tomando ejemplo de Cristo que, olvidando sus dolores se compadece de los nuestros.

Dice santa Teresa de Jesús que el mundo está ardiendo y no es tiempo de ocuparnos en cosas sin importancia, sino de centrarnos en lo esencial (Camino 1,5), haciendo lo poquito que cada uno pueda para construir un mundo más humano, para consolar a un afligido, para ayudar a un necesitado, ya que en estos tiempos recios son menester amigos fuertes de Dios: «El Señor solo nos pide dos cosas en las que tenemos que trabajar: amor a Dios y al prójimo. Si las cumplimos con perfección, hacemos su voluntad y estaremos unidas con él» (quintas Moradas 3,7).

Cuando le informaron de los sufrimientos de los indígenas americanos y de los muchos que morían sin conocer a Cristo, exclamó: «Me fui a una ermita con muchas lágrimas; clamaba a nuestro Señor, suplicándole que diese medio para que yo pudiese hacer algo [...]. Tenía gran envidia a los que podían ocuparse en esto por amor de nuestro Señor» (Fundaciones 1,7).

El Señor nos conceda un corazón misericordioso, capaz de olvidar nuestras pequeñeces para ocuparnos más de los hermanos, haciendo lo que podamos para aliviar sus sufrimientos. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario