Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 19 de marzo de 2020

Poemas a san José de sor Juana Inés de la Cruz


La mexicana sor Juana Inés de la Cruz (1648 - 1695) es una de las mejores representantes de la literatura barroca en español. Muy influenciada por la lectura de santa Teresa de Jesús, quiso ser carmelita descalza, pero tuvo que dejar el convento a causa de su delicada salud, por lo que se hizo monja jerónima, ya que estas seguían una regla menos estricta.

El breviario mexicano recoge como himno para la fiesta de san José este romance que ella compuso:

Escuchen qué cosa y cosa
tan maravillosa aquésta:
un marido sin mujer,
y una casada, doncella.

Un padre que no ha engendrado
a un hijo a quien otro engendra;
un hijo mayor que el padre,
y un casado con pureza.

Un hombre que da alimentos
al mismo que lo alimenta,
cría al que lo crió, y al mismo
que lo sustenta, sustenta.

Manda a su proprio Señor,
y a su hijo-Dios respeta;
tiene por ama una esclava,
y por esposa una reina.

Celos tuvo y confianza,
seguridad y sospechas,
riesgos y seguridades,
necesidad y riquezas.

Tuvo, en fin, todas las cosas
que pueden pensarse buenas;
y es, en fin, de María esposo,
y de Dios, padre en la tierra.

Suya es también esta glosa a san Josef:

¿Cuán grande, Josef, seréis,
cuando vivís en el cielo,
si cuando estáis en el suelo
a Dios por menor tenéis?

¿Quién habrá, Josef, que mida
la santidad que hay en vos,
si el llamaros padre, Dios,
ha de ser vuestra medida?

¿Qué pluma tan atrevida
en vuestro elogio hallaréis?
Pues si lo que merecéis,
el que os quiere definir,
por Dios os ha de medir,
¿cuán grande, Josef, seréis?

Fue tanta la dignidad
que en este mundo tuvisteis,
que vos mismo no supisteis
toda vuestra santidad;
porque, acá, vuestra humildad
puso a vuestra virtud velo,
porque con tanto recelo
vuestra virtud ignoréis,
y solo la conocéis,
cuando vivís en el cielo.

El Señor os quiso honrar
por tan eminente modo,
que aquel que lo manda todo,
de vos se dejó mandar.

Si favor tan singular
mereció acá vuestro celo,
no hay por qué tener recelo
de que por padre os tendrá
cuando estáis glorioso allá,
si cuando estáis en el suelo
vos os queréis humillar;
mas Dios, con obedecer,
nos quiso dar a entender,
lo que vos queréis negar.

Sois, en perfección, sin par,
y cuanto ocultar queréis
lo mucho que merecéis,
porque la naturaleza
conozca vuestra grandeza,
a Dios por menor tenéis.

De la misma autora es el soneto al señor san José, escrito según el asunto de un certamen que pedía las metáforas que contiene:

Nace de la escarcha fresca rosa
dulce abeja, y apenas aparece,
cuando a su regio natalicio ofrece
tutela verde, palma victoriosa.

Así Rosa, María, más hermosa,
concibe a Dios, y el vientre apenas crece,
cuando es, de la sospecha que padece,
el Espíritu Santo Palma umbrosa.

Pero cuando el tirano, por prenderlo,
tanta inocente turba herir pretende,
solo vos, ¡oh José!, vais a esconderlo:

para que en vos admire, quien lo entiende,
que vos bastáis del mundo a defenderlo,
y que de vos, Dios solo le defiende.

Para terminar, suyo es también este villancico:

¡Ay, qué prodigio!
¡Ay, qué portento!
¡Vengan a verlo todos,
vengan a verlo!

Que si, a todos, los celos
quitan el sueño,
a mi José el sueño
quita los celos.
Celos con sueño,
sueño con celos,
en José solamente
no son opuestos
¡Vengan a verlo!

¡Cuán contrario que anda Dios
del orden natural nuestro,
pues hace incierta la vista
haciendo verdad el sueño!
Despierto, José ignora
y dormido, sabe: luego
duerme cuando esta velando,
vela cuando está durmiendo.

Si considera, dormido,
y alcanza tales misterios,
si a esto le llaman dormir,
¿a cuál llaman desvelo?
Más ¡ay!, que duerme celoso,
y el cuidado de los celos
solo admite de dormido
la semejanza de muerto.

Si Dios le ha de asegurar
de la encarnación del Verbo
¿por qué no llega el aviso
antes de temer el riesgo?
¿Es, acaso, por probarlo
con el dolor más acerbo,
porque más tormentos pase
quien ha de gozar más premio?

No es sino quererle hacer
su dechado verdadero,
participándole Dios
de sus mismos sentimientos.
El sentimiento de Dios
eran celos de su pueblo;
y cuando los tiene Dios,
no está José bien sin ellos.
Pues sienta él entre los santos
solamente este momento;
que es padre de Cristo
y debe parecerse al Padre Eterno.

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