Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 9 de noviembre de 2018

Vida pública de Jesucristo


Pinturas de Bradi Barth (1922-2007) sobre la la vida pública de Cristo. De izquierda a derecha y de arriba abajo: El bautismo en el Jordán, las bodas de Caná, Jesús curando a los enfermos, la llamada de Zaqueo, el sermón de la montaña, la tempestad calmada, la resurrección de Lázaro, la pecadora que lava los pies de Jesús y la parábola del hijo pródigo.

Durante su vida pública, ante todo Jesús fue un predicador, que anunciaba la buena noticia del reino en las sinagogas, en las casas y en el campo.

Además, Jesús nunca permaneció indiferente ante el sufrimiento de la gente, sino que actuó sanando, tomando de la mano a los enfermos y levantándolos de su postración.

Hablando del cambio que el encuentro con Cristo provocó en su vida, san Pablo escribió: «Todo lo considero pérdida en comparación del conocimiento de Cristo, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo» (Flp 3,8). 

Todo le parecía de poco valor frente al conocimiento de Cristo: su cómoda posición social como ciudadano romano y como miembro de una rica familia de fariseos, sus estudios realizados en la escuela de Gamaliel –el rabino más admirado de la época–, su gran inteligencia, la consideración que de él pudieran tener los demás, su pasado y su futuro. 

Él tenía claro que hay muchas cosas buenas en la vida, pero solo una es mejor que las demás, la única por la que se pueden sacrificar todas: crecer en el conocimiento de Cristo y en la amistad con él, ya que «Cristo es, con mucho, lo mejor» (Flp 1,23).

Como san Pablo, muchos hemos hecho experiencia del amor de Cristo, «que supera todo conocimiento» (Ef 3,19), y hemos visto que todo lo demás –a su lado– es relativo. 

Solo Cristo permanece para siempre y nos da la paz que nada ni nadie nos puede quitar. Por él merece la pena vivir y por él merece la pena morir. Sin él, la vida y la muerte pierden gran parte de su sentido. 

Una canción dice que es imposible conocerle y no amarle, amarle y no seguirle. Los cristianos creemos firmemente que eso es verdad.

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