Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 10 de abril de 2016

Señor, tú conoces todo, tú sabes que te amo


El evangelio que se lee hoy en la misa se sitúa en el lago de Tiberíades, en Galilea. Los discípulos están pescando, como hacían antes de conocer a Jesús.

Han huido de Jerusalén y quieren recuperar su vida anterior. Pretenden volver a los tiempos previos al encuentro con el Maestro. Intentan olvidar el fracaso de Cristo y de sus esperanzas puestas en él. 

Están tristes y es de noche. Además, no han conseguido pescar nada. Sus esfuerzos han sido vanos.

La oscuridad de la noche los envuelve y la tristeza del fracaso los embarga. En sus corazones reinan la desilusión y la desesperanza. 

Pero pronto va a amanecer y Jesús sale a su encuentro como el sol que disipa las tinieblas. Aunque «ellos no sabían que era Jesús», no eran capaces de reconocerlo.

Él les pregunta: «Muchachos, ¿tenéis pescado?». Ellos confiesan que no y él les invita a tirar una vez más las redes. 

Entonces se repitió el prodigio, como había sucedido otra vez al inicio de la vida pública de Jesús: Se fiaron de él y pescaron más que nunca. Entonces comprendieron que era Jesús el que los hablaba, el que estaba junto a la orilla, frente a ellos.

Pedro se lanza de la barca y se acerca nadando a la orilla. Tiene prisas por encontrarse con Jesús. Él, que negó tres veces al Maestro, quiere confesarle su arrepentimiento, pedirle perdón.

Quizás se esperaba una reprensión, pero Jesús solo le pregunta: «Pedro, ¿me amas?». Por tres veces le dice que sí; la tercera, con lágrimas en los ojos: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te amo».

Jesús no pregunta más, no busca otra cosa, se conforma con el amor de Pedro: débil, impulsivo, imperfecto, rudo. Jesús le acepta como es, le basta con esa confesión de amor. Y de nuevo le encarga que apaciente sus ovejas, que continúe su obra, que confirme a sus hermanos en la fe.

Y así sigue sucediendo hasta el presente. Jesús conoce nuestras infidelidades, nuestros defectos, nuestras incapacidades... pero solo nos pregunta una cosa: «¿Me amas?».

Feliz domingo a todos. Que el encuentro con Cristo resucitado nos llene de paz y de alegría. Amén.

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