Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 22 de mayo de 2019

Orígenes de la Iglesia (4): El concilio de Jerusalén


Pablo de Tarso se convirtió a la religión que antes perseguía (Hch 9,1ss) y llegó a ser el principal protagonista de su difusión entre los no judíos. En compañía de Bernabé, Juan Marcos y otros colaboradores realizó varios viajes predicando y fundando nuevas comunidades cristianas.


Pablo se esforzó por hacer comprensible el cristianismo al mundo grecorromano. Hombre de principios teóricos renovadores y de normas prácticas acordes con el sistema social vigente, fundó Iglesias en las ciudades más importantes y desde ellas se fueron evangelizando las respectivas regiones. Su objetivo final era Roma, la ciudad más importante e internacional de la época.

El cristianismo, que había empezado como un discreto movimiento rural, en una provincia perdida del Imperio romano se hizo urbano y fue extendiéndose en todas las capas de la sociedad.

El problema de las relaciones con el judaísmo, de donde procedía, seguía sin solucionarse de forma clara. En cierto momento, Pedro bautizó a un centurión romano (Hch 10,24ss), lo que causó un gran disgusto entre los judeocristianos que opinaban, contra los helenistas, que era esencial pertenecer a Israel y cumplir las leyes mosaicas para salvarse. 


Unos y otros aceptaban que Jesús quiere la salvación de todos los hombres, pero los judaizantes pensaban que debían hacerse primero judíos. Los otros pensaban que no era necesario.

Desde Jerusalén, algunos hermanos intentaban imponer la vieja mentalidad entre los cristianos evangelizados por Pablo (Hch 15,1ss).

En el año 49, reunidas en Jerusalén las personas más representativas de la Iglesia, acordaron enviar a los fieles de Antioquía una carta en los siguientes términos: “El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponeros más cargas de las necesarias. Por lo tanto, solo os mandamos que no comáis carne inmolada a los ídolos, que os abstengáis de la sangre, de carne de animales estrangulados y de la fornicación” (Hch 15,28s). Esto era un avance, pero no zanjó la cuestión.

Un incidente posterior llevó el tema hasta el final. Estando Pedro en Antioquía, se comportaba como gentil en cuanto a comidas y costumbres, pero al llegar a la comunidad un grupo de judeocristianos, cambió de actitud, por miedo a ellos. Pablo se le enfrentó duramente y le hizo comprender su error (Gál 2,14).

A partir de entonces quedó establecido que ninguna norma judía era necesaria para ser cristiano. La solución del problema creó la conciencia clara de que el cristianismo no era una secta judía, sino una nueva realidad, con pretensiones de universalidad y con Jesucristo como único punto de referencia y única causa de salvación (descartando el origen, la herencia, las tradiciones, las leyes, etc.)

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