Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 19 de mayo de 2019

Orígenes de la Iglesia (1): La comunidad de Jerusalén


Jesús predicó la llegada del reinado de Dios y la manifestación de su salvación. También reunió en torno a sí un grupo de creyentes, a los que encargó continuar con su obra, prometiéndoles su asistencia personal.

Parecía que la causa de Jesús terminaría con su muerte en el Calvario. Sus seguidores, defraudados, se dispersaron por miedo a terminar como él. Algunos se quedaron escondidos en Jerusalén y otros volvieron a sus casas y ocupaciones anteriores.

Pero Jesús resucitado se apareció en primer lugar a las mujeres, que se atrevieron a volver al sepulcro donde lo colocaron, a pesar del peligro que esto suponía. En Galilea se apareció a los discípulos que habían vuelto a su antigua tarea de pescadores, a otros se les apareció cuando iban de camino a sus casas (discípulos de Emaús).

Unos y otros volvieron a Jerusalén y allí tuvieron sus experiencias principales: El Señor mismo les congregó y unió en comunidad, prometiéndoles el don del Espíritu.

En primer lugar, se restableció el grupo de los Doce con una nueva elección, para sustituir a Judas Iscariote, que se había suicidado (cf. Hch 1,15-26). Así se renueva el signo profético que hace referencia a la reunión de las doce tribus en los tiempos definitivos y se prosigue la convocatoria escatológica de Israel iniciada por el maestro.

En segundo lugar el grupo de los apóstoles, renovado y fortalecido apareció en público con una actitud totalmente distinta. La experiencia pascual les transformó de tal manera que no parecían los mismos. En un primer momento, sus contemporáneos pensaban que estaban borrachos. Pero ellos afirmaban que estaban llenos del Espíritu de Jesús.

A partir de entonces, los creyentes empezaron a pregonar: “Entérese bien toda la casa de Israel de que Dios ha constituido Señor y Mesías al mismo Jesús al que vosotros crucificasteis” (Hch 2,36). A esta predicación san Pablo la llamó “kerigma”, palabra griega que designa el contenido de un bando que se pregona para que todo el mundo se entere. También la llamó “evangelio”, palabra griega que significa buena noticia. Los dos términos fueron bien acogidos y todos los asumieron para nombrar en anuncio cristiano.

La actividad de Jesús empezó en Galilea, pero la vida de la Iglesia empezó en Jerusalén. Los profetas habían anunciado que allí se manifestaría el reino de Dios y allí se pondrían en marcha los acontecimientos finales. Los discípulos estaban convencidos de que con Jesús llegó el reino de Dios a los hombres y que su parusía (su vuelta, lleno de poder y gloria parta realizar el Juicio final) se realizaría pronto. Por eso, su predicación inicial se centró en la conversión del pueblo de Israel (Hch 2,14-40; 3,12-26; 4,8-12; 5,29-32), aunque pronto se abrió también a los otros pueblos.

Los primeros discípulos se dieron cuenta de que ya no era suficiente proclamar la cercanía del reino de Dios, como hacía Jesús, sino que empezaron a anunciar que ese reino ya ha llegado en la vida, obra, muerte y resurrección de Jesús, que se ha convertido en fuente de salvación para todos. Por eso el bautismo no es solo una invitación a la conversión, como en Juan, sino que, al hacerse “en el nombre de Jesús” (Hch 2,38), se convierte en una elección por él, en una adhesión a su persona (san Pablo lo explicó como un "injertarse en Cristo").

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