Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

lunes, 27 de abril de 2015

Teresa de Jesús, una mujer libre y audaz


Santa Teresa de Jesús suscita interés en casi todos los ambientes. No hay duda de la actualidad de su mensaje. En el blog he escrito muchas cosas sobre ella y he recogido muchas colaboraciones de otros. Hoy les presento un artículo publicado en el portal protestantedigital.com, titulado: "Teresa de Ávila, cristiana heterodoxa", que va acompañado con la siguiente entradilla: "Cinco siglos del nacimiento de una adelantada a su tiempo: mística, rebelde, escritora, reformadora y fundadora de la orden femenina y masculina de los Carmelitas Descalzos".

El artículo no va firmado porque se limita a recoger párrafos de varios artículos publicados en el suplemento cultural de un periódico español de izquierdas. Lo que nos indica la actualidad de santa Teresa, que sigue siendo leída en contextos muy distintos. Alguna cosa se podría matizar, pero lo que dice es verdad en línea de máxima.

En realidad, leyendo el texto no se ve en ningún sitio que santa Teresa sea "heterodoxa". Es verdad que fue una mujer muy libre y que no se identificó con la mentalidad de la mayoría, sino con lo que iba de acuerdo con el evangelio. Estos tres párrafos anteriores son míos. A partir de aquí les dejo con el texto:

Teresa corta cebolla en la cocina de su monasterio en Ávila cuando entra el Gran Inquisidor husmeándolo todo. “Entre pucheros anda Dios”, escucha que dice el prelado, citándola. Hace tiempo que resuenan por España frases de la escritora, con mucha garra popular. En una proclamó que “la verdad padece, pero no perece”. Al Inquisidor no le gustan. Ninguna. Qué hace una mujer, una pobre monja, diciendo esas cosas sin control de los prelados. 

Son “tiempos recios”, ha escrito Teresa. Es el año 1562 y tiene ya 47 años, una edad avanzada para aquel tiempo, mucho más para iniciar la campaña que culmina en una sonada reforma del Carmelo y la fundación de 17 conventos. Es una tarea quijotesca y peligrosa, le advierten. 

Va a contarla en libros que no publica en vida, por prudencia, por la censura, por miedo. Ella misma aconseja, a veces, que se destruyan, una vez leídos por los destinatarios. Pero los libros y las cartas, manuscritos con gracia, corren de mano en mano, con gran disgusto de inquisidores y envidiosos. 

A hablar de todo eso entra el Gran Inquisidor, amenazante, en la cocina del convento de san José. La escena la desarrolla el dramaturgo Juan Mayorga en ‘La lengua en pedazos’, la obra por la que obtuvo el Premio Nacional de Literatura. 

El hispanista francés Joseph Pérez, distinguido en 2014 con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, piensa que sufrió Teresa un secuestro de la Teresa auténtica por parte de Franco que la hizo emblema de su dictadura, cuando en realidad fue una adelantada a su tiempo –mística, rebelde, reformadora y fundadora de la orden femenina y masculina de los Carmelitas Descalzos-. 

Su vida marcó toda una época, porque, sobrevivió en un mundo dominado por los hombres, y defendió el derecho de las mujeres a desarrollar su propia personalidad; con su inquebrantable voluntad y su empeño convenció a sus mejores contemporáneos: fray Luis de León, San Juan de la Cruz, San Francisco de Borja, fray Juan de Ávila, el padre y profesor Domingo Báñez, el inquisidor Quiroga, y su influencia llegaría hasta el mismo Felipe II. 

Y a pesar de los continuados desprecios e insultos de compañeros de la Orden, incluso pese a estar acusada por el Tribunal del Santo Oficio, viajó por toda España con idéntico espíritu como al principio y con una renovada ilusión por fortalecer la fe y el acercamiento al Creador-Dios-Padre-Esposo. 

Escribió Teresa varios miles de cartas y se conservan 500, repartidas por todo el mundo, que permiten completar su complejo perfil de mujer. 

Teresa de Ávila fue reformadora contra viento y marea. Fue mística. Fue escritora. Fue poeta. Fue atrevida y valiente. 

Aún hoy sorprende que la Inquisición, que la vigiló con saña, no la encarcelase, como hizo con tantos otros genios de la época, también con fray Luís de León, finalmente el primer editor de las obras completas de Teresa. 

Quizás por eso, la mística de Ávila y su joven y genial compañero de fatigas, san Juan de la Cruz, muy pronto iban a convertirse en las personalidades más célebres de la historia del misticismo cristiano, sobre todo en Francia, Italia y Alemania. 

Jesús Sánchez Adalid escribe una novela histórica, “Y de repente, Teresa” (2015), sobre el proceso que inició la Inquisición contra ella, cuando fue calificada por el Santo Oficio de “iluminada” y “dejada”, hasta el punto de que sus libros fueron requisados y ella se vio obligada a comparecer ante uno de sus tribunales. 

Resulta un libro imprescindible para conocer la verdad sobre ese oscuro episodio de la vida de Teresa de Jesús, y sobre todo descubrir sus problemas con la Inquisición y, especialmente, aprender sobre una época que se sitúa durante el reinado de Felipe II y donde la Inquisición se lanzó “con denuedo y auténtica obsesión a controlar la sociedad española”. 

La corona se había impuesto la misión de frenar la Reforma, aniquilar todos los brotes protestantes y “defender la fe, atesorar el dogma y librarlo de cualquier amenaza”, a cualquier precio, provocando que todos sus habitantes viviesen inquietos y ansiosos “bajo la mirada omnipresente de la Inquisición”. 

También fue Teresa de Jesús feminista a su manera, sobreponiéndose con coraje a los machismos de su tiempo. Lo sostiene Maximiliano Herráiz, uno de sus mejores estudiosos. “Basta ser mujer para caérseme las alas”, se quejaba Teresa de Cepeda y Ahumada, nacida en Ávila el 28 de marzo de 1515. 

Voló bien alto y llegó a firmar sólo con el apellido de su madre, Ahumada. Aconsejaba a sus monjas que no se arrugasen (“Nada te turbe, / nada te espante”), y menos ante “esos negros devotos destruidores de las esposas de Cristo”. 

Con antecedentes de judíos conversos venidos a menos, Teresa de Ávila –así se conoce a Teresa de Jesús en gran parte de Europa, sobre todo en Francia nació en una familia cristiana que tenía muchos libros en casa, incluso de caballerías, pero no la Biblia, siempre sospechosa para inquisidores de todo tiempo. 

Fue mística, pero también mujer de negocios fría. Cada fundación de un convento era para ella, además de una hazaña religiosa, una operación inmobiliaria no siempre pacífica. A punto estuvieron de apedrearla cuando llegó con sus monjas (nunca más de siete, a lo sumo diez), a ocupar un nuevo convento. 

“Tenía un elevado concepto de sí misma; se creía llamada a grandes empresas; rechazaba la mediocridad”, escribe Joseph Pérez. 

Era guapa, y lo sabía. Con cincuenta años cumplidos, le confesará a un carmelita: “Sabed, padre, que en mi juventud me dirigían tres clases de cumplidos; decían que era inteligente, que era una santa y que era hermosa.; en cuanto a hermosa, a la vista está; en cuanto a discreta, nunca me tuve por boba, en cuanto a santa, solo Dios sabe”. 

Y sin duda se sintió siempre segura de sí misma frente a arzobispos y nuncios, empoderada por decirlo con palabra de moda. 

Toda su obra es, en realidad, una autobiografía. Herráiz pone sobre la mesa dos anécdotas que reflejan el aplomo y el carácter (y el buen humor) de la reformadora:

Un día que Teresa fue a visitar las obras de su primer monasterio descalzo, un albañil dijo al verla pasar: “¡Qué lástima, una mujer tan guapa y que sea monja!” Teresa volvió sobre sus pasos. “A ti te da igual porque nunca me hubiera casado contigo”. Y siguió observando la obra. 

Otra vez que estaba para firmar las escrituras de compra de un terreno para la fundación de Valladolid, el notario sopló al oído de su secretario: “Por un beso de esta mujer me daría por bien pagado”. Ella le acercó la cara. El notario llegó a articular la pregunta: “¿Qué quiere?” “Que me bese”. Cumplido el deseo del notario, le espetó: “Nunca una escritura me ha resultado tan barata”. 

En todos sus libros hay páginas de sutil picardía, aunque con cuidado de que el inquisidor no se entere. Una de las víctimas, muy finamente, fue el arzobispo de Burgos, citado en el capítulo 31 del ‘Libro de las Fundaciones’. El hombre, que se llamaba Cristóbal Vela, había agotado la paciencia de la fundadora con tiquismiquis legales (que si licencias de obras, que si avales para los préstamos), y la escritora se venga ignorando el nombre (sólo lo cita por el cargo), frente a las zalamerías que dedica en las mismas páginas a prelados menos intransigentes. 

También es deliciosa su visión de los colegas fundadores, todos hombres, tan dados a hacer la romería (¡a Roma, a Roma!). “Siempre nuestros Generales residen en Roma, y jamás ninguno vino a España”, escribe en ‘Libro de las Fundaciones’. Ella nunca se prestó a esa romería, que afea a un general: “Es que su señoría, estando allá, no entiende lo que pasa acá”. 

Otra vez se enfada con el nuncio enviado por el Vaticano. “Es algo deudo del Papa” (por las pegas que pone); parecía que había sido enviado para ejercitarnos en padecer. Debe ser siervo de Dios, pero nos ha hecho padecer harto”.

Pueden consultar la versión original del artículo aquí.

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