miércoles, 8 de abril de 2015
La verdad del cristianismo
La semana pasada, al regreso desde Cassano Valcuvia hacia Roma, me paré en Milán e hice noche en nuestro convento del Corpus Domini. Llegué hacia las 5 de la tarde y el rezo de vísperas era a las 6,30. Así que invité al P. Giulio Pozzi a dar un paseo por el parque que hay cerca del convento.
Ya he hablado del P. Giulio y de su impresionante labor social (comedor para necesitados, ropero, centro de escucha...) aquí. También he hablado de la iglesia de los carmelitas en Milán aquí. El caso es que el padre Giulio tiene un párkinson bastante avanzado, que le dificulta expresarse bien, por lo que ya no es el ecónomo provincial ni tiene compromisos pastorales, pero sigue adelante con sus obras sociales (le ayudan otros frailes más jóvenes y los voluntarios laicos).
Mientras caminábamos por el parque, todos los sin techo (nacionales y emigrantes) se nos acercaban y nos saludaban con afecto.
En cierto momento hemos visto a uno que dormitaba la borrachera bajo un árbol y me ha hecho acompañarle. Le ha llamado por nombre y le ha hecho bajarse los pantalones para ver cómo iban unas llagas que le está curando, pero hoy no ha pasado a que le pusieran sus cremas. Le ha reñido porque no le hace caso ni a él ni a los dos médicos voluntarios que le ayudan a atender a toda su gente. El otro, o porque reconocía que lo que el padre decía era verdad o porque estaba aturdido por los efectos del alcohol, no sabía qué responder.
Un poco más allá se nos ha acercado otro aún más borracho, sucio y despeinado. Me ha dado algo de miedo cuando se ha abalanzado sobre el padre. No paraba de abrazarle y besarle llorando y repitiendo que el padre Julio es su hermano y su padre y su amigo y pidiéndole perdón por no sé qué que ha hecho, de lo que yo no me enterado bien.
El padre trataba de calmarlo, pero ha servido de poco. Como tiene poca estabilidad y el otro no se le quitaba de encima, yo tenía miedo de que los dos terminaran por el suelo. El padre le ha ofrecido un café y nos hemos vuelto a casa para el rezo de vísperas. Habíamos pasado una hora y media en el parque y solo habíamos caminado unos cien metros. El terrible olor del que no paraba de abrazarle no se me iba del cuerpo hasta producirme nauseas, pero el padre no parecía darle ninguna importancia. Los santos son así.
Un rato con el padre Giulio vale para mí más que todos los discursos apologéticos que se puedan hacer. Las personas como él son la demostración de que el cristianismo es verdadero y de que Cristo sigue vivo. Todo lo demás es agua de borrajas, como se suele decir, que no tiene consistencia. A los que le conocen les pueden hablar de las riquezas del Vaticano y de los escándalos de algunos curas y de mil cosas más, que su fe no se tambaleará.
El Señor nos bendiga con personas como el padre Giulio. Amén. Información sobre el comedor del padre Giulio aquí y aquí.
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