Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

lunes, 15 de junio de 2020

La viña de Nabot


En la primera lectura de la misa de estos días estamos leyendo la historia del profeta Elías. Hoy y mañana se lee el relato de la viña de Nabot. Resulta que Ajab, rey de Israel, se casó con Jezabel, hija del rey-sacerdote de Tiro y Sidón. 

La reina quería que su esposo gobernara en Israel como lo hacía su padre en Tiro. Por eso le animó a manifestar su autoridad sobre el pueblo, adornando su palacio con marfiles, fortificando ciudades (cf. 1Re 22,39) y adquiriendo para sí los mejores terrenos del reino. 

Con el fin de ampliar su palacio, Ajab quería comprar a Nabot una viña que este último había heredado de sus antepasados. Cuando el rey fracasó en su intento, Jezabel levantó una calumnia contra Nabot y lo condenó a muerte en un juicio amañado, confiscando sus bienes y entregándoselos a su marido (1Re 21).  

Entonces intervino el profeta, denunciando ese comportamiento y maldiciendo a los culpables (lo que más adelante les traerá consecuencias terribles). 

Para entender el texto, hemos de recordar que entre los fenicios el rey podía disponer de las tierras y de los edificios de sus súbditos, pero en Israel la tierra se consideraba un don de Dios, que pasaba de padres a hijos y permanecía siempre en la familia. Además, los profetas fenicios estaban al servicio del rey, del que recibían un sueldo, por lo que sus oráculos tenían que dirigirse a ayudarle en sus tareas de gobierno. 

Por el contrario, el profeta Elías estaba al servicio de Dios y afirmaba que la Ley de Dios está por encima de las leyes humanas y de los intereses de los poderosos. Lo mismo hicieron los demás profetas de Israel, que vinieron después de él. 

Elías enseñó hace 2.850 años que el rey y los poderosos están al servicio del pueblo y no al revés, y que la autoridad de los gobernantes no es ilimitada, porque ellos también están sometidos a la ley. Una enseñanza actualísima, ¿o no?

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