sábado, 14 de julio de 2018
María, peregrina de la fe
«La Virgen María avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz» (LG 58). Virgen peregrina desde Nazaret hasta Ain Karín o Belén, cruzando las montañas de Judea, es decir, superando peligros y dificultades.
¿Podéis imaginar una peregrinación más devota? No es que fuera a lugares santos; es que iba santificando los lugares a su paso. «Vestidos los dejó» de gracia y santidad.
Pero la peregrinación de María fue hacia el interior, hacia dentro: peregrina de la fe, por las amplias avenidas de la entrega. Un largo recorrido, con muchas estaciones. El trayecto se puede resumir con una palabra: FIAT; pero ¡qué gran distancia desde la F hasta la T! Un Fiat que, por lo demás, ha de repetir ininterrumpidamente.
La peregrinación de María no terminará nunca, porque cuando ella llega a la meta, ya está volviendo a empezar, acompañando a todos sus hijos.
Podemos decir de ella lo que se dice de una imagen de santa Teresa, la que exclamó al morir: «Ya es hora de caminar». Se dice de la imagen que sigue gastando sus sandalias, porque nunca deja de caminar.
María acompaña siempre a la Iglesia, que «va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva» (S. Agustín). «Ven con nosotros, al caminar».
(Cáritas 88-1, p. 12)
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