miércoles, 9 de mayo de 2018
El uso de internet en la evangelización. Mi experiencia personal (1)
Dentro del segundo ciclo "Fe y religiosidad en internet" organizado por la diócesis de Zaragoza, ayer me pidieron que hablara de "El uso de internet en la evangelización. Mi experiencia personal". Hoy les ofrezco el primer punto: "Introducción: el mundo está cambiando".
Estimados amigos, quiero hablar de la evangelización en internet y soy consciente de los recelos que eso suscita en algunos. Algunos manifiestan sus temores hablando de personas tan enganchadas y dependientes de las redes que eso les provoca trastornos de comportamiento. Yo no creo que el problema real sea el uso de las redes. Como en las adicciones al alcohol, a los juegos de azar o a las compras compulsivas, quienes abusan de internet suelen hacerlo para escapar de otros problemas. Cuando esas actividades interfieren de modo significativo en su vida cotidiana y las incapacitan para relacionarse correctamente con los demás, suelen ser la consecuencia de otros problemas, que son los que deberían tratar.
Es verdad que las redes pueden usarse mal, para buscar material dañino, para insultar a otros desde el anonimato, incluso para engañar y estafar. Pero también pueden usarse mal un cuchillo, una cuerda, un vehículo o una medicina. Las cosas en sí no son buenas o malas, todo depende del uso que hacemos de ellas.
Lo que está claro es que, en nuestros días, los nuevos medios de comunicación se han generalizado y los adelantos científicos y técnicos se suceden con ritmo tan vertiginoso que han provocado enormes cambios en nuestro comportamiento y en nuestra comprensión del mundo. Quizás no entendamos bien qué son los big data (datos a gran escala), la tecnología blockchain (cadena de bloques), los drones, la biotecnología, la inteligencia artificial… pero son realidades ya presentes en nuestras vidas cotidianas, aunque no seamos conscientes. La llamada «cuarta revolución industrial» ya ha comenzado y cada día afecta más al mercado laboral, a la economía, a la política y a las relaciones humanas. Los especialistas en estos argumentos afirman que, en su escala, alcance y complejidad, la transformación que estamos viviendo es distinta a cualquier cosa que el género humano ha experimentado antes, solo comparable con el salto del paleolítico al neolítico, cuando el ser humano se hizo sedentario, inventó la cerámica y comenzó el cultivo de la tierra y la domesticación de animales.
La «innovación» ha cambiado el uso de la tecnología, de las relaciones laborales, del entretenimiento… En los últimos años han surgido algunos productos tan novedosos que han dejado obsoletos los productos anteriores (pensemos en la muerte de los telegramas y del correo postal con el surgimiento del correo electrónico, o en qué ha quedado la publicidad tradicional ante las nuevas tecnologías).
Difícilmente encontraremos una persona menor de 50 años que compre un billete de tren o de avión en una agencia de viajes. Tampoco consultarán el significado de una palabra o una fecha en una enciclopedia. Incluso hay escuelas que ya no tienen biblioteca ni libros de papel, lo que no significa que sus alumnos aprendan menos o peor, aunque a los mayores nos cueste entenderlo. La mayoría de nosotros ya no escribe cartas, pero eso no significa que haya disminuido nuestra comunicación con nuestros seres queridos, sino que –por el contrario– ha aumentado con el uso de los teléfonos móviles, los sms y los whatsapp.
El problema no está en los nuevos medios de comunicación, aunque a los que tenemos cierta edad a veces nos resulten difíciles de entender. No solo cambian las formas de comunicarnos. Todo nuestro mundo está cambiando a gran velocidad y a veces no somos capaces de entender lo que sucede a nuestro alrededor ni de adaptarnos a esos cambios.
Hemos de ser conscientes de que estamos viviendo una crisis estructural, y no solo coyuntural. Nos encontramos en un cambio de época, de manera que las maneras de relacionarnos, nuestra comprensión del ser humano y del mundo y los modelos de sociedad y de Iglesia a los que estamos acostumbrados están desapareciendo, por lo que algunos se aferran al pasado, a lo que conocen, buscando seguridades.
En el mundo de la fe, los creyentes solo podemos sobrevivir si somos capaces de conjugar una doble fidelidad: a nuestros orígenes (Jesús, el evangelio, las primeras comunidades) y al momento histórico concreto que nos toca vivir en cada época (con sus luces y sus sombras, sus alegrías y sus traumas). Es lo que se ha denominado «fidelidad creativa».
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