viernes, 27 de octubre de 2017
A vino nuevo, odres nuevos
Este año 2017, la CIVCSVA (Congregación vaticana para los institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica) ha publicado un documento titulado: «A vino nuevo, odres nuevos. La vida consagrada desde el Concilio Vaticano II: retos aún abiertos». Me parece que es el documento más realista de los surgidos hasta el momento en el ámbito de la curia romana. De hecho, usa un lenguaje desconocido hasta el momento en este tipo de textos.
Allí ya no se habla de «re-novación» o «re-fundación» de los institutos (como se ha hecho hasta ahora), sino de «in-novación», de atrevernos a romper moldes buscando nuevas posibilidades, abriendo caminos nuevos, buscando nuevos horizontes, no dando respuestas viejas a problemas nuevos.
Creo que, finalmente, este documento ha asumido que estamos viviendo una crisis estructural, y no solo coyuntural, que nos encontramos en un cambio de época (tal como decíamos al principio), por lo que los modelos clásicos de sociedad, de Iglesia y de vida consagrada están desapareciendo, aunque todavía no haya otros nuevos y muchos se aferren al deseo de volver hacia atrás buscando seguridades.
La «innovación» ha cambiado el uso de la tecnología, de las relaciones laborales, del entretenimiento… En los últimos años han surgido algunos productos tan novedosos que han dejado obsoletos los productos anteriores (pensemos en la muerte del correo postal con el surgimiento del correo electrónico, o en qué ha quedado la publicidad tradicional ante las nuevas tecnologías). El documento nos invita a buscar propuestas innovadoras también en el campo de las relaciones entre los consagrados y los laicos, del reconocimiento de las capacidades de las mujeres a la hora de tomar decisiones, así como en el de la misión evangelizadora y de servicio social.
Veamos algunos párrafos del documento, que creo que describen perfectamente lo que estamos viviendo y nos invitan a buscar respuestas nuevas, a ser creativos:
«La contemporánea evolución de la sociedad y de las culturas, en fase de rápidos y extensos cambios imprevistos y a la vez caóticos, ha expuesto también a la vida consagrada a continuos desafíos y ajustes. Esto comporta y exige continuamente nuevas respuestas, y corre paralelo con la crisis de elaboración de proyectos históricos y de perfil carismático. El signo de esta crisis es un evidente cansancio. Hay que reconocer que en algunos casos se trata realmente de incapacidad de pasar de una administración ordinaria (management) a una guía capaz de estar a la altura de la nueva realidad en la que hay que actuar sabiamente. No es tarea fácil pasar de un simple administrar realidades bien conocidas a guiar hacia metas e ideales con una convicción que engendre una verdadera confianza. Esto supone no contentarse con estrategias de mero sobrevivir, sino que exige la libertad necesaria para acometer procesos, tal y como nos sigue recordando el papa Francisco. Sobre todo, se necesita cada vez más un ministerio de guía capaz de solicitar una verdadera sinodalidad alimentando un dinamismo de sinergia. Solo en esta comunión de esfuerzos será posible gestionar la transición con paciencia, con sabiduría y con visión de futuro.
Con el tiempo, algunos nudos se han hecho más complejos y paralizantes para la vida consagrada y sus instituciones. La situación de cambio acelerado corre el riesgo de enredar la vida consagrada, obligándola a vivir de emergencias y no de horizontes. A veces parece que la vida consagrada está casi completamente replegada sobre la gestión de lo cotidiano o, sencillamente, en un ejercicio de supervivencia. Esta manera de afrontar la realidad menoscaba una vida llena de sentido y capaz de ser un testimonio profético.
La gestión continua de emergencias cada vez más apremiantes gasta más energías de lo que se piensa. Y se corre el riesgo de quedar completamente centrados en atajar problemas, antes que en imaginar recorridos» (n. 8).
En la conclusión, el documento dice: «El vino nuevo exige la capacidad de ir más allá de los modelos heredados, para apreciar las novedades que el Espíritu suscita, acogerlas con gratitud y custodiarlas hasta que fermenten del todo más allá de la provisionalidad. También el vestido nuevo del que habla Jesús en la misma parábola evangélica, ha sido confeccionado a través de fases diversas de actualización y ha llegado el momento de llevarlo con alegría, en medio del pueblo de los creyentes» (n. 55).
En cada época histórica el Señor ha suscitado fundadores de nuevas realidades en la Iglesia para responder a las circunstancias cambiantes. El Señor no abandona a su Iglesia y en estos momentos de cambios sociales también realiza su obra, ya que él es el único que puede sacar bienes incluso de los males.
A nosotros nos toca estar atentos para descubrir y apoyar esas semillas de novedad que germinan entre nosotros.
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